Buscando a don Protocolo en los libros

Buscando a don Protocolo en los libros

La semana pasada volvimos a la radio. En esta ocasión en El Kiosko del Protocolo, que dirige Rosa Mateos y en el que las tertulianas María Gómez Requejo, Marta Escudero López-Cepedo, Csylla Felföldy y María de la Serna charlotean de lo suyo, hubo reunión en torno al micro para buscar a Don Protocolo en cuatro  libros. No se trataba de repasar guías de protocolo. Había que buscarle en novelas, ensayos o tratados. Para ello,  cada una aportó un libro distinto, de diferentes estilos y épocas. Y de entre sus líneas sacaron a pasear al protagonista del post de hoy. Ya sabéis, porque así también lo publicamos en la entrada dedicada al actor Don Protocolo,  que el enlace al podcast del programa está al final pero antes, ¿leemos?

Don Protocolo es muy educado

Todos deberíamos ser personas educadas: somos seres civilizados. ¡No faltaría más que precisamente Don Protocolo fuera un maleducado.. o lo que es peor, ¡un cursi, un esnob o un hortera!

Por eso no es difícil encontrarle en el Tratado de las buenas maneras. Consejos de oro para no ser cursi, esnob ni hortera de Alfonso Ussía. (Edición Círculo de lectores con ilustraciones de Antonio Mingote). Es el libro elegido por Csilla Felföldy para buscar entre sus “lecciones” a nuestro querido Don Protocolo.

Con su sorna habitual el autor nos ofrece consejos prácticos para descubrir a esos infiltrados horteras y cursis que se mueven por nuestra sociedad. ¡Don Protocolo no quiere que le confundan con ellos!  Así que nos va advirtiendo para tomemos buena nota de por dónde ir, y a dónde no llegar. Aporta pautas para saber estar y reaccionar en cualquier situación en las que la buena educación, por difícil que sea el momento, nos puede ayudar a salir airosos de la prueba. Hasta el punto, incluso, de explicarnos cómo proceder, si se diera el caso, de tener que saludar a un obispo sorprendido en paños menores.

El tratado -que en realidad son tres tomos- está dividido en 39 lecciones. En la primera -a modo de introducción- Don Protocolo nos advierte que:

“La peor plaga que padece hoy día la Humanidad – es decir, España – es la de la grosería. Los buenos modales, las mejores maneras y la beligerancia con la ordinariez y la cursilería se han desvanecido casi por completo en los hábitos cotidianos“.

Lo que, sin duda, ayuda a saber por dónde se va a mover. Desde el “cómo presentarse” de la lección 14 -“aquí mi señora..” es una expresión que a Don Protocolo no le gusta-, al uso excesivo de anglicismos, “me mola el jogging en la urba  (de la lección 8) o lo que traducido será, “me gusta correr en la urbanización”- nos va dando pistas de lo que no son buenas maneras, ni educación, aunque mole mogollón. No se olvida de expresiones como “guau” -por ¡qué bien! – que ¡nooooooooo! le gusta ni un pelo.

Si en algo es experto Don Protocolo es en estar a la altura de las circunstancias. Sus buenas maneras le permiten salir airoso de “momentos glub…”. La lección 17 es para quitarse el sombrero y es a la que nos hemos referido ya: ¿qué hacer si resulta que en mal momento tenemos que saludar a un cardenal en paños menores? Sencillo:

“¿Cómo se reacciona en situación tan embarazosa? Como hizo mi tío abuelo. Le besó el anillo respetuosamente sin mirarle los muslos antes de cerrarle la puerta del cuarto de baño en las mismísimas narices. Devotamente, con toda naturalidad. Por algo era el conde de la Real Petuna.”

Don Protocolo no pierde la educación ni la negrura

Como hemos dicho, los cuatro elegidos son libros muy diferentes. De la frescura de Don Protocolo manejándose entre horteras y cursis, pasa, en la novela elegida por María de la Serna,  a sumergirse en la negrura un drama en las profundas tierras castellanas. Encontrarle en esta oscuridad exige buscar en un escenario agobiante. Para situarnos en La esfinge maragata (Concha Espina, 1914) hay que poner la Maragatería en el mapa.

“…es una comarca de León, cuya capital es Astorga (la Asturica Augusta romana). Pueblos de la comarca son: Brazuelo, Castrillo de los Polvazares, Lucillo, Luyego, Rabanal del Camino, Santa Colomba de Somoza, SantiagoMillas, Val de San Lorenzo, Lagunas, Quintanilla, Villalibre de Somoza, etc. “ (Diccionario Geográfico- Estadístico- Histórico de Pascual Madoz).

Y aunque teorías hay a cientos -que si de maricatus o morohablante; que si tiene origen bereber o celta- las teorías más recientes afirman que , teniendo en cuenta que es una palabra que se utiliza sólo desde el siglo XIV,  lo más probable es que derive de mericator o mercator (mercader), que era a lo que se dedicaban: eran arrieros (transportadores de mercancías) y por tanto mercaderes.

Don Protocolo se cuela en la vida de Florinda o (Mariflor) Salvadores que vuelve a su pueblo con su abuela porque, dada la pobreza de la familia, su padre tiene que emigrar. Allí le espera su primo Antonio con quien va a contraer matrimonio tal y como se ha acordado, pues es la forma que se les ha ocurrido de salvar a la familia de la ruina. Eso, o ingresar en un convento. ¿Qué hace Don Protocolo con este panorama? Se esconde: a lo largo del texto le encontramos en la indumentaria de los maragatos, sus casas y sus comidas, sus fiestas y rituales,… Decía el refranero protocolero de María Gómez Requejo:

“Por tu vestido te harán honra; no por tu persona.”

Y es justo meditando sobre juzgar a una persona por lo que viste, como encontramos a Don Protocolo en las primeras páginas de la novela:

“(…) distingue una media inmaculada, ceñida a un alto empeine en el escote del zapato de oreja, bordado y elegante, nuevos motivos de asombro y cavilación: aquel collar, aquel zapato, ¿pertenecen a una bailarina que viaja en traje de luces, o a una señora vestida de aldeana por capricho y con lujo?” (…) “De todas suertes, aquella mujer no es, de seguro, una campesina auténtica viajando con el vestido regional de Galicia.”

La indumentaria, el vestir correctamente, es signo de buena educación social: muestra el respecto que tenemos hacia el acto, personas o momentos a los que asistimos. Lo sabe bien Don Protocolo que nos recuerda, cuando puede, la forma en la que van ataviados los personajes de la novela:

“Lleva la niña el clásico manteo, usual en varias regiones españolas: falda de negro paño, con orla recamada, abierta por detrás sobre un refajo rojo, y encima del jubón un dengue oscuro guarnecido de terciopelo; delantal de raso, con adornos sutiles, gayas flores, aves, aplicaciones pintorescas y dos cintas bordadas de letreros con borlas en las puntas; y al busto, bajo la sarta de corales, un gualdo pañuelo de seda ornado también de primorosos dibujos.”

Ellas y ellos:

“Vestía rumboso traje , compuesto de pespunteada camisa, chaleco rojo con flores y botonadura de plata, bragas de rosel, sayo de haldetas, atado por sedoso cordón, botines de paño con ligas de “viva mi dueño”, y churrigueresco cinto donde esplendía otro galante mote de amorosa finura; bajo las polainas, unos enormes zapatos de oreja tomaban firme posesión del suelo”.

Pero, sin duda, la boda –en el centro del planteamiento de la novela- es sin duda el aspecto en el que es más sencillo encontrar a nuestro Don Protocolo. Aunque los novios maragatos no se escriben, sí siguen otras normas comunes en las bodas: amonestaciones hay. Aunque la forma de preguntarlo no sea el habitual “¿cuándo se leen las amonestaciones?” que conocemos todos, sino la muy peculiar:

“¿Conque te proclamas el mes que viene?”

que le ha gustado mucho más. Como también le ha gustado que le encontrásemos detrás del “tamborilero tocando el Mambrú  (…) anunciando alegremente el día de la boda“. Ahí andaba, con “algunos vecinos madrugadores que atravesaban el pueblo en traje de fiesta, para formar la comitiva, bien armados los hombres de escopetas y trabucos …¡para hacer ruido! Aunque él, más comedido, ha preferido ser designado, en calidad de íntimo del contrayente, uno de los “mozos del caldo”, especie de gentiles escuderos al servicio del novio”. A Don Protocolo le seguimos mientras van a buscar a la novia acompañados del repicar de campanas: ella espera en la puerta de su casa. Haciendo gala de su mejor educación y no mejores formas, el novio se dirige a su suegra:

“-Venimos a cumplir una palabra empeñada.
-Cúmplase norabuena -repuso la madre (…)
Y en el umbral, puesta la moza de hinojos, recibió las maternales bendiciones.”

Don Protocolo asiste a la boda en la que se cumplen todos los pasos previstos: comitiva jerarquizada“el séquito varonil partió delante; detrás avanzaron las mujeres, silenciosas, con intachable compostura” – hasta la iglesia; recibe el sacerdote en el atrio; cantan las mozas al son de “castañuelas y panderos“; en el interior, “tamboril y flauta acompañan el canto de la misa”…¡incluso se apunta a “correr el bollo” por la era. No lo pasa mal. Nos enseña que, aun viviendo un drama de opresión y tradiciones -por festivas y alegres que parezcan- que machacaban a las mujeres,  las formas, la educación social o las costumbres son parte de nuestro paisaje. Y las que marcan el ritmo de una sociedad.

El protocolo se cuela en la gastronomía

María Gómez Requejo se fue a la radio con La Casa de Lúculo (Julio Camba, 1929) bajo el brazo. “Es un libro de gastronomía donde se plantea una filosofía de vida a través del paladar; o tal vez es un libro de filosofía en el que estudiar la vida a través de la gastronomía, con gran sentido del humor y fina ironía a lo largo de sus 169 páginas“.

“Después de leer La Casa de Lúculo*, de Julio Camba, uno se reafirma en esta creencia: ninguna comida es indigesta, pesada y da acidez de estómago. Quienes dan acidez y resultan pesados e indigestos son ciertos comensales con los que uno, a veces, no tiene más remedio que compartir la mesa. Con gente agradable y optimista, que encara la vida con alegría, se puede comer garbanzos con chorizo y orejas de cerdo sin que su digestión te cree el más mínimo problema. Con toda seguridad la siesta será también placentera. En cambio, una tortilla con perejil y un arroz con leche de postre pueden reventarte el alma a media tarde si los has deglutido nervioso en un almuerzo de trabajo con ejecutivos encorbatados y dispépticos que, entre plato y plato, hablan de cotizaciones de Bolsa, de negocios rápidos y de la forma de hundir a la competencia”.

Con esta premisa, escrita por Manuel Vicent en el prólogo de la revisión de la obra en 2003, que Don Protocolo ha leído en El País (03/12/2004), buscamos su huella en el texto que nos espera con capítulos tan jugosos como:  “La cocina española”, “Otras cocinas”, “Técnica culinaria”, “Vinos”, “Pescados de mar”, “Mariscos”, “Platos populares españoles”, y con  “Dos ensayos sobre la gula”. Es interesante el capítulo dedicado a “Otras cocinas” en el que el autor relaciona las diversas cocinas internacionales con sus materias primas. Camba, como gastrónomo viajero, nos hace recorrer las diferentes cocinas dando indicaciones que solo puede dar quien conoce a fondo tanto el país del que habla como su cocina. Todo ello con mucho humor. Pero, sin duda el capítulo final es el más interesante desde el punto de vista de Don Protocolo: trata de educación social, ya que uno de los ensayos se refiere a las “Normas del perfecto invitado”. Podría contarse de mil maneras, pero Don Protocolo se ciñe a las citas textuales: ¡nunca nada es mejor que lo original!

Encontramos, pues, a Don Protocolo sentado a la mesa. Sus consejos son contundentes.

  • Cuando aparezca en la mesa un plato notoriamente inferior a todos los otros, elógiese sin reservas. Indudablemente, ese plato es obra de la dueña de la casa.

  • No se lleve usted nunca, durante la comida, el cuchillo a la boca y reserve para mejor ocasión sus habilidades de tragasables.

  • No diga usted jamás “¡Que sopa tan rica! Es la mejor sopa que he oído en mi vida”, aludiendo de este modo facecioso al ruido con que la toma su vecino de mesa. Tampoco debe usted, en ningún caso, colaborar con el vecino y tomar parte en el concierto.

  • En el restaurante tenga usted siempre un rasgo compensador. Lance generosamente un duro sobre la bandeja del guardarropa y no retire nunca más de cinco pesetas.

  • Si la esposa del anfitrión le da a usted a elegir entre el muslo y la pechuga de un pollo, puede usted, según confianza en la casa, interpretar el tema alegóricamente; pero guárdese muy bien de hacerle cumplidos a ninguna señora, derivándolos de una lengua de vaca, unas manos de ternera, unos pies de cerdo o una cabeza de jabalí. Todos cuantos lo han intentado fracasaron lamentablemente.

  • No limpie usted nunca con la servilleta los platos ni los tenedores en un domicilio particular. Ese ejercicio, con el que algunos invitados pretenden demostrar sus hábitos de limpieza, suelen producirles –ignoramos por qué- muy mal efecto a las dueñas de casa.

  • El agua del aguamanil, con su rajita flotante de limón, es para limpiarse los dedos. No vaya usted a confundirla con una taza de té a la rusa y se crea obligado a tomarla por cortesía.

  • Cuide usted bien a su vecina de mesa, y si le falta pan o vino, pásele el vino o el pan de su vecino, a quien no puede usted por menos de suponer un hombre galante.

  • Cuando en el restaurante le pase a usted el anfitrión la lista de vinos con el designio evidente de que elija usted el más barato, elija usted el más caro. Así los anfitriones irán aprendiendo a elegir por sí mismos unos vinos pasables.

  • No deje usted nunca de “sopear” por un falso concepto de la corrección. Lo incorrecto es devolver a la cocina, sin casi haberla probado, una de esas salsas preciosas que honran a la casa.

  • Considere usted, sin embargo, que el barniz de los platos no forma nunca parte de las salsas, y renuncie a él.

  • Tenga usted siempre aun régimen alimenticio, un régimen contra la obesidad, contra la arterioesclerosis o contra cualquier otra cosa, y cuando le den a usted una mala comida, apóyese en el régimen. Es la mejor política.

  • Cuando, en cambio, le ofrezcan a usted una comida excelente, mande el régimen a paseo. Lo mejor de cualquier régimen es el placer de quebrantarlo.

  • No imite usted a aquel pundoroso general que interrogado por una señorita sobre la cantidad de azúcar que necesitaba para su café y habiendo respondido que cuando el café era bueno él lo tomaba siempre sin azúcar ninguna, probó un sorbito y añadió: ¿Sería usted tan amable que me echase unos seis o siete terrones?

  • Si no sabe usted pelar las frutas de un modo elegante, agárrese a la teoría de las vitaminas y renuncie a pelarlas.

  • Cuando quiera usted que vuelvan a invitarle en una casa por la abundancia de comida que haya encontrado en ella, diga usted al despedirse: No se puede volver por aquí, le atiborran ustedes a uno demasiado.

¡Don Protocolo puede estar satisfecho! Los consejos entre los que le encontramos son perfectas normas de urbanidad y buenas maneras en la mesa. De invitado bien educado, de anfitrión bien dispuesto.

Don Protocolo se mete en el cajón de la lencería

Si la indumentaria, eso de vestir correctamente, es materia que domina Don Protocolo, es indudable que dejarle bucear dentro del cajón de la lencería, promete tardes de gloria. ¡Oh, las medias! (1986)  de Paolo Lombardi y Mariarosa Schiaffino es el libro elegido por Marta Escudero para buscar en él a nuestro protagonista. Y forma parte de la colección “Pequeños Placeres”.

Don Protocolo recorre en los capítulos del libro la historia de esta prenda. Al principio la usaban los hombres. En Mesopotamia, los escitas cubrían las piernas con unas polainas de tela con suelo de cuero: una mezcla de zapato y medias. De ahí fueron evolucionando: son lo más parecido a cualquier tipo de pantalones o calzados largos que conocemos hoy. Pero como en este terreno del vestir, de lo práctico a lo bonito y a la moda, hay poco trecho, y aunque la coquetería masculina jugara su papel, lo evidente es, sin embargo, que si mezclamos coquetería femenina con medias, la polaina escita o las calzas a la española de Carlos I no tienen nada que hacer “cuando sale la luna y la media femenina refulge de gloria”.

En esta parte del cajón de las medias encontramos a Don Protocolo haciendo historia: nos cuenta la anécdota del regalo del embajador de Francia a la reina Isabel La Católica. El buen hombre para honrar a la glorioso financiera de los viajes de Colón le trajo en su nombre unas medias de seda bordadas. Aquello se consideró una  ofensa: “¡cómo se podía aludir de forma tan grosera a la católica soberana”!.

De media a calcetín hay poco trecho: y de costumbres japonesas sin zapatos hay mucho que contar. ¡Lo que se ha reído Don Protocolo con la anécdota de la invitación a comer a casa de un colega japonés…. ¡iba con un tomate en el calcetín y el pobre pasó uno de los peores ratos de su vida “¡deshonrando a todo el extremo Oriente con aquel agujero!”

 

Hay mucho más que no vamos a contar: es mejor escucharlo, pero al menos sí queremos daros una idea. Indudablemente, guías de protocolo no son. Pero tampoco hace falta que lo sean. Miles de libros están llenos de protocolo. Sólo hace falta buscarlo entre líneas. Si bien es cierto, que como remató María Gómez Requejo, contarlo y contarlo bien, ayuda mucho.

No nos vamos sin dejaros el enlace al podcast: El protocolo en la literatura. Se emitió el martes 23 de febrero en El Kiosko de Protocolo de Europea Radio: ¡la radio de la Universidad Europea de Villaviciosa de Odón!

 

*¿Quién era Lúculo? Mucho hablar de él, pero como manda Don Protocolo, hay que presentarse: eso es de buena educación. Bien, pues era un general de la Roma antigua del que se decía que mataba de hambre a los enemigos y de empacho a los amigos. Nació hacia el año 110 a.C. (104 a.C. según otras fuentes) y llegó a cónsul en el año 74 a.C.. Se le confió la dirección de la guerra contra Mitríades, rey de Ponto Euxino. La campaña fue exitosa en lo económico: volvió riquísimo, convirtiéndose en una de las mayores fortunas de Roma. Se construyó una espectacular mansión en el monte Pincio, de la cual hoy sólo se conserva la parte llamada “Horti Lucullani” o Jardines de Luculo. Lúculo pasó los últimos años de su vida en esta finca finca cerca de Nápoles. La opulencia y el lujo que le rodeaba, era de tal dimensión, que se convirtió en el ejemplo de la exquisitez y la elegancia.