
Los bailes eran prerrogativa real
Hace una semanas un querido compañero de trabajo nos mandó un curioso reglamento a tener en consideración en los bailes de máscaras del Liceo de Barcelona de 1848. ¡Nos encantó!
Pero de natural, curiosos, nos supo a poco. Ya sólo el inicio nos provocó las ganas de más. ¿Cómo resistirse a buscar que era aquello de «dar algunos bailes de máscara a beneficio de los pobres«? Porque lo de «guardar el decoro y el buen orden» entra dentro de lo lógico de la época: en 1848 algunas manifestaciones no se toleraban. ¿Pero qué pintan los bailes para la Casa de Caridad?
Dándole vueltas a los libros viejos en las librerías de usados o de segunda mano encontramos, al fin, un maravilloso librillo que nos ha proporcionado una enorme cantidad de información sobre los bailes en Barcelona en el siglo XIX -de los del Liceo y de otros muchos más- y unos buenos ratos de lectura. Se titula Un siglo de baile en Barcelona. Qué y dónde bailaban los barceloneses el siglo XIX» y es de Aurelio Campany. Es el número 10 de la Colección Monografías Históricas de Barcelona y está editado por Ediciones Librería Milla en 1947. Costaba 12 pesetas.
Vamos a ver pues algunos aspectos de esos bailes para los que se editaban reglamentos, y algunas curiosidades que nos han gustado mucho. Desde la organización, al montaje o la etiqueta, de todo hay en sus páginas, además de unos grabados de su colección particular y de otras, que son una delicia.
Los bailes según la época
Durante todo el siglo XIX se bailó y mucho en Barcelona. Pero el autor diferencia claramente tres épocas: «la primera hasta 1849; la segunda hasta el último tercio del ochocientos y la tercera, en los últimos años del siglo XIX».
En la primera época se bailaba poco: salvo en carnaval. Los bailes de máscaras empezaban en diciembre y duraban los tres meses hasta Semana Santa. Había que pedir permiso al rey y se organizaban con fines benéficos: de ahí lo de la Casa de Caridad. De divertirse porque si, no iba el asunto. Si alguno quería bailar, que lo hiciera por un buen motivo. En el libro se reproduce el texto de uno de los muchos anuncios mediante los que se daba cuenta del baile:
«La piedad del Rey convencido del aprecio que merece el pueblo de Barcelona por su aplicación, industria y adhesión al Soberano y por la singular tranquilidad y moderación con que han disfrutado los años anteriores del privilegio de bayles públicos de máscaras que se dignó concederle, sin embargo de estar generalmente prohibidos por Células Reales, en premio a dichas virtudes tan acrecentadas en el día, he tenido a bien prorrogar aquella gracia nuevamente…»
Este tipo de autorizaciones se pedían también para los bailes en el teatro -el posterior Principal– a beneficio del Hospital General de la Santa Cruz y los de la Rambla de Santa Mónica y de la Lonja, a beneficio de la Casa de Caridad. De esta última institución las autoridades resolvían «dar baile público» porque «muchos individuos (…) acosados por la miseria buscan su dulce consuelo en este asilo de los inválidos». La entrada costaba entre tres y una pesetas.
En el libro se da cuenta con todo detalle de los muchos bailes de máscaras celebrados hasta 1849, con especial mención a los de la Lonja -¡que empezaban a las nueve de la noche y acababan a las dos de la madrugada!- en los que se veían «disfraces selectos» que también describe.
Entre 1850 y 1889 aparecen en Barcelona las sociedades de baile. Las había de diferentes categorías y organizaban sus fiestas en los locales sociales que tenían o, y es característico de esta época, en espacios entoldados –envelats– que se montaban en las calles y terrenos o solares amplios y que hoy llamaríamos carpas. Se siguen organizando también los clásicos bailes de máscaras del Liceo o del Principal a las que se suman los de Antonio Nadal –La Patacada– y otros de conocidas figuras de la época, los de las casas particulares -mención especial al «baile de trajes» de doña Josefa Togeres de Padellás, en su casa señorial de la calle Mercaderes- y los de verano con motivo de fiestas mayores o señaladas que se conocen como «Balls d`any«.
Las sociedades pugnan entre sí por montar los bailes más originales, por ser lo de mayor prestigio, calidad o asistencia. Se programan nuevos bailes que llegan de fuera: a las contradanzas, valses y rigodones se le fueron sumando minués, polkas, mazurcas y «galops» y después incluso «Schotis» y otros llegados de allende los mares. Los programas anunciaban exactamente el número de piezas -y el título de las mismas- que se iban a interpretar y se marcaban descansos. Se pagaba por el número de bailes. En unos pagaba algo más los hombres que las mujeres y en otros, ellas no lo hacían. En los locales selectos se contaba con salas de descanso, café y guardarropa. El principal problema era el número de asistentes. Siempre por encima del aforo, hasta el punto de que en algunos no se pudo ni llegar a bailar por falta de espacio.
A punto de cambiar el siglo, los sucesos anarquistas en la ciudad y la Guerra de Cuba pusieron patas arriba el orden establecido. El baile dejó de entusiasmar: no estaban de humor. Hubo bailes de máscaras, especialmente de las sociedades pero, por ejemplo, se suprimieron los del Liceo. Hay muy pocas referencias a los bailes en entoldados, por lo que el autor los da por perdidos, aunque recuerda uno en 1890 en la Plaza del Palacio ante la Lonja, por San Jaime.
Producir los bailes pasa por montar el tenderete
No vamos a terminar el post sin dedicarle unas líneas a los entoldados. Fueron fundamentales en la organización de los bailes de la época y en su montaje y decoración se esforzaron grandes artistas. Si montar hoy una carpa es labor ingente que requiere de técnicos y de tiempo, ni imaginar queremos lo que se desprende de estas líneas:
«…se empieza por plantar en el suelo dos hileras de palos de unos doce metros de altura, a cuatro metros de distancia unos de otros, los cuales dejan libre un espacio interior de veinte a treinta metros de anchura, por una longitud de veinticinco a cuarenta y cinco metros, siempre a proporción.Al nivel mínimo de 10,60 metros, cada palo lleva atada una cuerda gruesa llamada «sirga», generalmente construida de esparto. Los palos correspondientes a la hilera opuesta llevan a igual altura una pequeña garrucha de unos ocho centímetros de diámetro por la que pasa la sirga que ha de sostener la «vela» de la cubierta. Por eso en espacio de 3,50 metros llevan las «sirgas» unas garruchas atadas y más pequeñas que la anteriormente citada, por las cuales pasan unas cuerdas denominadas «perigalls» que se atan a las «velas» y a la «sirga», tomando ésta la forma de un puente colgante….»
Sólo de pensarlo, se pone uno malo. Pero, además, por dentro se decoraban profusamente: había que competir con los entoldados de otras sociedades. En 1873 el Taller Embut monta en su entoldado «una caverna mitológica, palacio de los dioses infernales Plutón y Proserpina, iluminada por medio de un grupo de serpientes que formaban» candelabros -ya se usaba luz de gas, por lo que la llama flameante también aportaba su juego- de formas caprichosas, lámparas de los espejos de boca de dragón y dentro de un enorme dragón con la boca abierta, la orquesta.
Hay más, mucho más en nuestro maravilloso libro sobre los bailes en Barcelona en el siglo XIX, pero no nos vamos a alargar más. Nos parece que da para alguna otra entrada y como estamos en verano, se agradece lecturas ligeras. Esa parte de protocolo social y etiqueta, que ya os hemos comentado que también se describe en el libro, la podemos dejar para otro día y así vemos otros aspectos.
Sobre bailes de máscaras recomendamos la lectura de los post Organizar eventos por decreto: un baile de máscaras en 1767 y
Eventos prohibidos por orden de Su Majestad del blog Protocolo con corsé de María Gómez Requejo . La tradición viene de lejos y en protocolo la historia es básica para entender cómo hemos llegado hasta aquí.
(Todos las fotos son del libro, salvo la invitación de caballero, que es de Todocolección.net)