Los de abajo: jerarquía y servidumbre en las casas británicas

Los de abajo: jerarquía y servidumbre en las casas británicas

Estas semana pasadas con los actos del Jubileo de Platino de la reina Isabel II los medios nos han recordado los muchos acontecimientos mundiales que ha vivido durante sus largos años de reinado. Y es inevitable que oyendo y viendo tanta historia no nos hayamos dado cuenta de los cambios que se han ido sucediendo. Por comparación o por curiosidad algunos de nosotros hemos recordado otros tiempos y, de ahí, que nos hayamos dado un baño inmersos en la sociedad que es habitual asociar a los británicos. La de la vida en las mansiones de los aristócratas y grandes latifundistas de las épocas victoriana y eduardiana. Las series que recrean estas épocas son de mucho éxito y tienen millones de seguidores. Quién no recuerda Arriba y Abajo, que contaba las vicisitudes de la familia Bellamy durante las tres primeras décadas del siglo XX y que empezó a emitirse en 1971; o Downton Abbey, emitida a partir de 2010, y que describe la vida en la casa de campo Country house de la aristocrática familia Crawley entre 1912 -de hecho, la serie comienza con el hundimiento del Titanic- y 1926 y de la que se han hecho películas de cine. De la época de la Regencia es la serie Los Bridgerton, y, evidentemente, de la victoriana, la de La reina Victoria. Todas ellas, que son un ejemplo, porque haber, hay más, tienen en común que reflejan la vida de dos estamentos sociales: los de arriba -las familias que habitan las casas- y los de abajo, donde viven y trabajan los que les sirven.

Hace unos días, el diario El País llevaba en su sección de cultura un artículo sobre un libro que nos pareció curioso e interesante y que cabe dentro del mundillo de estas series, pero sobre todo, es un relato de la vida real de esos sirvientes que viven abajo y no existen para sus señores, por mucho que en este tipo de series los presenten como miembros de sus familias. No lo vamos a destripar, sólo a recomendar por el interés que tienen, además, muchos aspectos que entrarían también en territorio protocolero. Pero, para abrir boca, sí os vamos a contar algunos detalles.

El autor del libro es Frank Victor Dawes, hijo de una criada que comenzó a servir a los 13 años. Visto el éxito de la serie Arriba y Abajo quiso profundizar en el asunto de los empleados domésticos y para ello solicitó -mediante un anuncio en el Daily Telegraph-  a antiguos sirvientes y personal del hogar que le escribieran contando sus experiencias y su vida como criados. El resultado de sus pesquisas es la base de esta obra.

La plantilla de los de abajo

Aquellas épocas no son estas. Las necesidades económicas de las familias -especialmente las muy numerosas y de bajo estrato social- obligaba a los padres a mandar a sus hijos -sobre todo a sus hijas- a servir en las casas de los ricos. Conformarse con techo y comida, con escasos salarios y con una vida de semi esclavitud era, por desgracia, una las escasas posibilidades de trabajar. Además, las grandes masas aceptaban su condición de clase inferior: siglos de adoctrinamiento les habían enseñado a no dudar del puesto que Dios les había asignado en la tierra. Las quejas vivieron poco a poco pero tardaron. A finales del siglo XIX -nos cuenta el autor- los criados era el grupo más numeroso de trabajadores. De 29 millones de habitantes entre Inglaterra y Gales, un millón cuatrocientos mil, servían en las casas particulares. Para hacernos una idea de una de esas plantillas de personal, toma el ejemplo de la casa del duque de Portland, Welbeck Abbey, donde el duque tenía, incluso, una pista de patinaje en sus jardines, a principios del siglo XX:

Y en esta lista no se incluye a los más de 30 empleados de las caballerizas o los del garaje -sin haber aun automóviles- la granja, los jardines, el gimnasio, el campo de golf o la lavandería. Por comparación, en Longleat -famosa por los leones que pasean por su jardín y por salir en la película Casino Royale de James Bond- contaban con 43 sirvientes. Hoy quedan tres: el marqués de Bath y su mujer siguen viviendo en ella.

 

Welbeck Abbey y Longleat

Los de abajo eran invisibles

¡Eso se daba por sentado! Ni debían ser vistos y menos aun, hacer ruido. Para ello, nada como una buena guía que ayudara a «educarles»: Rules for the Manners of Servants in Good Families», de la Ladies Sanitary Assosiation es un buen ejemplo, del que resaltamos algunas normas:

-no paseará por el jardín sin permiso (…)
-se moverá silenciosamente por lacasa
-no dará voces de una habitación a otra
-siempre se dirigirá a los hijos de la familia diciendo señorita o señorito
-si acompaña portando un paquete o por el motivo que sea, caminará unos pasos por detrás
-no sonreirá al escuchar anécdotas divertidas que se cuenten en su presencia

Además de invisibles, debían ser limpios – se recomendaba «lavarse todo el cuerpo» una vez al día para evitar «malos olores»- y no tenían derecho ni a llamarse con sus propios nombres si no se consideraban normales: Jane o Mary, si; Ada o Marion, no. Casarse era difícil: no se permitía a las doncellas quedarse en la casas tras el matrimonio, por lo que muchas se quedaban solteras. Si conseguían tener novio -pretendiente, como se les decía- a lo más que podían aspirar es a verse poco y durante poco tiempo. Y muchas de ellas no tenían contacto más que con los hombres que servían en la casa o con los proveedores o tenderos que llevaban la comida o lo que se comprara para la familia. Pero no sólo porque los señores no lo permitiesen, sino además también, porque sus propios compañeros de trabajo de jerarquía superiores a las suyas, no lo autorizaban: ¡pedían permiso hasta para ir a echar una carta al buzón!

La jerarquía allí abajo

Abajo era donde vivían su día a día criadas, doncellas, mayordomos o lacayos. Dormir, lo hacían en las buhardillas -las doncellas, porque los criados de menos rango lo hacían en catres plegables en el sótano-  donde aunque las casas tuvieran electricidad, había que seguir encendiendo las velas pues la instalación eléctrica no se consideraba necesaria para los sirvientes. Como tampoco sistema alguno de dar calor.

Para empezar, había criados de dos categorías. Los que servían a la nobleza y la aristocracia y los que servían a los que se dedicaban al comercio, la empresa o similar. Sirvientes superiores y sirvientes inferiores. A partir de aquí, queda claro que escala hay. Siguiendo las explicaciones que nos da el autor, aprendemos que en lo más alto de la jerarquía de abajo estaba el mayordomo mayor: gestionaba la hacienda, recaudaba los arriendos, terciaba entre arrendatarios y tenía como subordinados a todos los criados que trabajaban en el interior de la casa. Tras él, el ayudante personal del noble encuestión y su maestro de caballerías, de igual rango. El ayudante, más cercano a su patrón también servía de consejero personal y el segundo tenóa bajo su mando a todos el personal que trabajaba en el exterior de la casa: cocheros, mozos de cuadra,… Si seguimos bajando de rango, encontraremos al mayordomo y al jardinero. Todos ellos podían vestir de paisanos. Pero a partir de ellos y bajando, ya no cabía ese privilegio. El uniforme o la librea eran obligatorios para lacayos, mozos de cuadra, ayudantes de mayordomo, ayudantes de cochero, guardas de los bosques -si los tenía la finca- y guardas de caza. Pero quedaban más: mozos de corral, recaderos y pajes -generalmente, niños- que eran el rango más bajo.

Las mujeres no escapaban de la clasificación: en lo alto, la doncella de cámara y la criada personal de la señora. Después, el ama de llaves, a las órdenes del mayordomo mayor, si lo había y si no, la encargada de supervisas la casa. De entre estos criados con más rango, la cocinera ocupaba el último escalón. De la doncella de cámara dependían las sirvientas inferiores: doncellas, lavanderas, lecheras y criadas para todo.  Y ya abajo, abajo del todo, la fregadora de cocina. Cuesta creerlo, pero esta estructura jerárquica se mantuvo durante todo el siglo XIX y hasta bien entrado el XX.

Uniformes: allí abajo no se libraban

Aunque los señores no pudieran obligarles a vestir a su gusto fuera de sus casas, dentro de ellas el uniforme era obligatorio e igual o similar en todas partes. Marcaba rango y oficio y era tan reconocible como el de un militar o un policía. Leemos en el capítulo dedicado a los uniformes, que:

«cuando empezaba a trabajar en el servicio, la doncella debía tener tres juegos de ropa en su maletita de hojalata: vestidos estampados de algodón para la mañana, vestidos negros con cofias blancas y delantales buenos para la tarde y su ropa de calle.»

Añade algún testimonio real de criadas que trabajaron sirviendo en mansiones a principios del siglo XX con todo lujo de detalles.  Era costumbre regalar por Navidad piezas de tela estampada a las doncellas para que renovaran el vestuario, pero la hechura la tenían que pagar ellas. Prepararse este equipaje era muy costoso para los niveles económicos de muchas doncellas. Procuraban reutilizar cofias y delantales de sus familiares femeninas que también servían, para esa primera maleta. En cuanto a la ropa interior, los testimonios de algunas informantes que el autor incluye dan lugar a mucha especulación:

«no se nos permitía usar bragas de seda artificial porque el ligero susurro que producían perturbaba a la señora y podía inducir a error al personal de servicio masculino (…)»

Y mucho debía de perturbar a los masculinos, porque uno de los mayores peligros a los que estaban expuestas las mujeres del servicio era a sus compañeros e incluso a los hombres de las familias: no estaba mal visto seducirlas. Pero hacerse cargo después del posible bebé…. ¡eso no! Era motivo automático de despido. Fuera del porquero o de Milord.

Estas son solo algunas pinceladas de los muchísimo que aporta este estudio sobre la servidumbre británica de los siglos XIX y XX. Se lee como una novela . No hay capítulo aburrido. Al revés: cada página da para pensar y analizar, buscar y comprender la dureza de estas vidas. Y no son historias de hace mil años: son testimonios de personas que aun viven y que han contado su experiencia real. Lo de las series… ¡eso sí que es un cuento!

 

 

 

 

 

(Fotos: Downton Abbey; Arriba y Abajo; Los Bridgerton; Victoria; Welbeck Abbey; Longleat; guías para criados, foto de grupo de sirvientes en la época victoriana; niñas en la cocina: W3795E Domestic servants in a kitchen/ Alamy Stock Photo)