Oktoberfest, una fiesta en septiembre

Oktoberfest, una fiesta en septiembre

Estos días en la televisión pasan una y mil veces un anuncio de oferta de cerveza y salchichas. A buen precio para celebrar como corresponde «el oktoberfest» sin descolocar el presupuesto familiar. Se nos ha ocurrido que podíamos dedicarle un post a la fiesta, pues no deja de ser tradicional en Baviera. Y de costumbres y tradiciones se ha nutrido siempre el protocolo.

El origen de la fiesta

Sabemos que se trata de una celebración alemana: la fiesta de octubre. Y seguro que muchos saben también que, a pesar del nombre, se celebra en septiembre. Esta edición, la 186, se inauguró el 21 de septiembre y se cerró el 6 de octubre. El centro de la fiesta es Munich, capital del Land -o  Estado Federal- de Baviera. Aunque como es el caso de otras muchas fiestas tradicionales y populares, se celebra ya por todo el mundo. Como Halloween,  la feria de abril de Sevilla, la fiesta del Pilar… ¡cruzando fronteras!

Para todo hay una primera vez. Para la Oktoberfest -o Wiesn- nos remontaremos al 17 de octubre de 1810 (de ahí su nombre). En la Theresienwiese (la pradera de Teresa) -donde se sigue organizando hoy- se celebró la fiesta por la boda de Luis de Baviera y de Teresa de Sajonia-Hildburghausen. Un bodorrio de postín en cuya organización y festejos había que lucirse. Al banquero -y comandante de caballería- Andreas von Dall´Armi se le ocurrió la idea de organizar una carrera de caballos en la pradera. Se lo planteó al rey, por aquel entonces Maximiliano I José de Baviera, al que le pareció estupenda. Gustó tanto, lo pasaron tan bien, que decidieron que aquello había que repetirlo todos los años.

 

Dado que ya no podía ser parte de un festejo de boda, se hizo cargo de su gestión y organización la „Landwirtschaftlichen Verein in Bayern“ -asociación agraria bávara- convirtiendo la cita en una feria de la agricultura en la que se presentaban novedades en maquinaria agrícola, además de la carrera de caballos. Y fue bien. Salvo en 1813 que no pudo celebrarse a causa de las guerras napoleónicas. Hasta 1818, la organización y su financiación estuvo en manos privadas y ya en 1819 se hizo cargo de ella la ciudad de Munich con el compromiso de mantener la anualidad. Al pasar a manos municipales, año a año se fueron sumando a la feria y exposición cada vez más empresas y negocios. Creció y creció y, a pesar de guerras y epidemias, acabó por establecerse  adaptándose a los tiempos y los gustos. Carpas, stands, espacios de ocio y restauración; salchichas y cervezas: hoy es ya un clásico que visitan durante la fiesta seis millones de personas.

¿Quiénes eran los novios de esta fiesta?

La pareja en el origen de la fiesta fue la formada por Teresa Carlota Luisa Federica Amalia de Sajonia-Hildburghausen (1792-1854), o sencillamente, Teresa de Baviera, y Luis Carlos Augusto de Baviera (1786-1868). Luis y Teresa serían los reyes de Baviera desde 1825 y hasta 1848, cuando Luis abdicó en su hijo Maximiliano II.

Teresa, que también era una de las candidatas en la lista de posibles novias para casarse con Napoleón, se quedó en su tierra pues Luis -y su padre Maximiliano I- veían que la maniobra matrimonial de Napoleón podía acarrearles algún problema territorial. Aunque para problemas, peor era el de la religión. Teresa era de confesión evangélica y Luis, fervoroso católico. Como era de rigor en la corte bávara. Y ella se mantuvo en su fe.

La etiqueta de la fiesta

No hay imagen que simbolice mejor al Land de Baviera que la de los hombres vestidos con el pantalón de cuero –Lederhose– y las mujeres con el traje tradicional y el delantal anudado –Dirdl-. Teniendo en cuenta que la fiesta empezó siendo de boda, aquella primera vez irían todos más arreglados. Siendo después feria agrícola, lo adecuado era ir apropiadamente calzado y vestido para este tipo de evento: de faena. No había requerimiento alguno.  Y, como en todas partes, también en Baviera, se vestía lo que era costumbre: pantalones de cuero para los hombres, vestidos y delantales para las mujeres del campo.

Pero como en toda fiesta que acaba siendo tradicional, popular o de costumbres, con el tiempo se han ido sumando elementos. Entre ellos, se ha recuperado la sencilla ropa campesina hasta convertirla en un «must».  De los orígenes a los diseños actuales va un mundo. ¡Se crean incluso formas de llevarlo que nunca existieron en un principio! Es el caso, como ya vimos en el blog, de los chulapos y chulapas madrileños de los que hablamos en mayo de este año.

El Dirdl era la ropa de trabajo de las muchachas que trabajaban en las granjas bávaras y austriacas. Hecha de tela resistente y de hechura sencilla para poder trabajar con cierta comodidad en los campos. Su forma copiaba la de los habituales trajes de Corte a la moda en el siglo XVIII: una parte superior ajustada, tipo corpiño, con amplio escote y falda amplia con vuelo. Modificado para hacerlo práctico. Posteriormente, ya entre principios y mediados del siglo XIX la tendencia era adoptarlo como traje regional y lo empezaron a vestir muchas mujeres, independiente de su posición social. Y así, como en tantos otros casos, la moda encontró otro nicho en el que colar diseños, formas y colores. Entre las muchas historias que se fueron creando a su alrededor -crear un traje típico precisa de historia, mitología y fantasía- destaca la de la forma de la lazada del delantal. Aunque no esté documentada, se dice que si el lazo se luce en el lado derecho -de quien viste el traje- la mujer está prometida o casada; si es en el lado izquierdo, es soltera. Anudado al centro, virgen y anudado al centro en la espalda, viuda. Pero, lo dicho…  Es un traje muy conocido, identificable a tope:

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La Lederhose de los hombres es tan típica que pocos no los conocen. Prenda para el trabajo duro que, sin embargo, se puso de moda entre la nobleza del país tras decidir Luis II de Baviera que había que preservarla: era perfecta para cazar, pero acabó en los salones. Bien es cierto que a esos niveles el cuero de los pantalones era objeto de lujo -ciervo, gamuz, corzo- y no oveja o cerdo como era lo habitual entre los campesinos. El pantalón puede ser corto –Kurze– o tres cuartos, atado por debajo de la rodilla –Kniebundhose– de color negro o café muy oscuro y tienen características propias en las diferentes zonas de la región. Aunque a nosotros nos parezca iguales -o simplemente de diseños variados- los locales las diferencian con solo mirarlos y se mofan -evidentemente- de los turistas cuando van «de rocieras» a la «feria de abril».

Además de estos dos básicos, a la pradera se va con chaqueta, sombrero, tirantes…. Todas las piezas especialmente preparadas para la ocasión. Y no hay accesorio más apreciado que las cadenas de plata maciza de las que cuelgan todo tipo de piezas. Tanto los hombres como mujeres las lucen. En teoría servía para llevar el reloj, pero también se utilizaban para colgar talismanes, objetos que traían suerte a los cazadores: monedas, piedras preciosos, dientes de animales, piezas de asta… denotaban el estatus social de las personas. Se llaman Charivari y no se podía adquirir: pasaba de generación en generación. No dejaba de ser historia de la familia. (Hoy en día, evidentemente, se pueden comprar en cualquier tienda especializada en este tipo de trajes típicos).

Como de casi todas las fiestas populares se podrían y se escriben artículos y libros a mansalva. Nosotros hemos hecho un pequeño resumen de lo que nos parece más relevante. ¡Que no se diga que no sabemos de qué hablamos cuando del Oktoberfest se trata! Y como se dice al inaugurar cada nueva edición -al darle con el mazo al primer barril de cerveza para incrustar el grifo y dejar que corra el líquido: en alemán anzapfen-:  «O’zapft is” . ¡Abierto está!

(Fotos: Luis I; Teresa de Baviera; Andreas von Dall´Armi; Lederhosen y Dirdl, barril)