Una leyenda: Perú, la virreina y la quina
Este miércoles nos vamos a Perú. A una leyenda peruana. Si en el origen del protocolo se esconden costumbres y tradiciones, en algunas leyendas encontramos también tintes protocolarios. Unos y otras han ido conformando una base o sustento que han alimentado a lo largo de los tiempos las normas de convivencia que nos hemos ido dando para facilitarnos la vida.
El libro de la leyenda
Nos han regalado un libro. «Porque tiene mucho de educación, de formas, de historia», nos han dicho. Y porque se apoya en una leyenda que, sea o no sea cierta, si tuvo y tiene mucha verdad. Que como pasa con el protocolo, empezó siendo la forma de escenificar el poder y su unión con lo sagrado y es hoy necesidad diaria para la mejor convivencia.
Se llama “La virreina del Perú” y es un drama poético de José Mª Pemán dedicado a María Guerrero. Como bien explica su autor, “está basada en una vieja y poética leyenda peruana de los tiempos del siglo XVII, en que era Virreina de aquellas tierras la sabia y prudente Condesa de Chinchón”.
Como pasa con cualquier leyenda una cosa es lo que dice y otra lo que de verdad hay detrás. Y sobre ésta, aunque no sea de las más conocidas, hay mucho escrito e investigado. Básicamente porque cuenta cómo llegó la quina a manos de los conquistadores.
La leyenda de la quina
La quina es una planta medicinal cuya corteza es la base de la producción de quinina, remedio muy eficaz contra la fiebre e imprescindible para la prevención y el tratamiento de la malaria. Su nombre, Cinchona officinalis, se lo debe precisamente a la Condesa de Chinchón, pues a ella se le atribuye haber dado a conocer sus propiedades. Se llamaba Francisca Enríquez de Rivera, y fue la segunda mujer de Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, IV Conde de Chinchón y Virrey del Perú entre 1629 y 1639.
Cuenta la historia que doña Francisca enfermó de fiebres y que su médico, Juan de la Vega, le suministró una “pócima” que tomaban los indios y que curaba las fiebres. Así fue. Esa es la realidad. Os recomendamos, al respecto, un trabajo de investigación del chinchonés Manolo Carrasco, cuyo enlace adjuntamos al final, sobre el origen de la llegada de la quina a Europa y sobre esta leyenda.
Pero nosotros nos vamos a volver a la leyenda…
La leyenda según Pemán
«La virreina del Perú» es un poema dramático dividido en siete cuadros: los dos primeros discurren, uno en Madrid, y el otro, a bordo del galeón que lleva a la condesa a su nuevo destino. Nos ayudan a situarnos. Los cinco restantes ya transcurren en Perú y son en los que se narra, en verso, lo que la historia cuenta en tres líneas.
Nos vamos a poner en situación. Estamos en la selva:
“…árboles crecidos que unen sus copas en lo alto”, “un quino, bellísimo, ornamental, muy derecho, siempre verde y de hoja perenne” preside el escenario. A un lado, varias cabañas de madera, una de ellas, claramente destacada. Sobre un tronco está sentado “el padre Caos, indio viejo, adivino o agorero. Tipo semi mitológico de fauno o sileno. Barba de chivo. Le cuelga del cabello un gran collarón silvestre de hojas verdes.”
Está charlando con otros hombres.
De la cabaña más grande sale Ximeo. Es el jefe. Para que se note, el autor describe a pie de página la forma en la que va vestido:
“A solas dos piezas se reducen todas sus galas, que son una camiseta ancha, sin cuello y en lugar de capa, una manta de cuatro picos poco más larga que ancha. Hacen esta ropa generalmente de algodón. Llevan el pelo largo y cogido en trenzas”.
Los hombres hablan de Zuma, la hija del jefe, viuda de Tucamel y con un hijo, a la que ha echado el ojo el estanciero Juan de Hurtado. Se temen que la mujer no va a poder evitar que se la lleve este hombre que cuida y mantiene los bosques donde viven y que pertenecen al Virrey. Pero, aunque casi lo consigue, aparece la virreina montada a caballo y se lleva a Zuma a Lima, quitándosela así al estanciero.
A los indios les asusta su marcha. Temen se descubran los conocimientos que les han llegado de sus ancestros y que guardan celosamente. Por eso, antes de dejarla marchar, Zuma tiene que prometer que guardará esos secretos ante un consejo de ancianos:
“según la costumbre antigua,
el juramento ha de hacer
ante el árbol de la quina.
Quien va a vivir con los blancos
debe hacerlo”.
Zuma se aviene: arrodillada ante el quino, a cuyo lado se sitúan los ancianos, escucha sus palabras:
“Este árbol, Zuma, que ves
es el árbol de la quina,
que llamaron nuestros padres
de la salud y la vida.
Sus polvos curan del sol
la calentura maligna.
Este es el mayor tesoro
que el Perú tiene, hija mía”.
Los “blancos” no conocen las propiedades de la quina y mueren “cuando el sol con la fiebre les castiga“. Al irse Zuma a los palacios de Lima, llevará consigo el secreto y por tanto ha de prometer mirando al sol, cara a cara, “guardarlo siempre en tu boca, aunque te cueste la vida”.
Ella promete y deja en prenda de su cumplimiento a su hijo. ¡Si ella lo cuenta, su hijo pasa a mejor vida! Aunque, como todo no va a ser malo, le aseguran que si ella enfermara de calentura, se lo haga saber a los suyos. Le llevarían el remedio para que no muriera. Una cosa es callar el secreto y otra morirse por no tomarlo, siendo un producto suyo.
Zuma parte y se establece en el palacio de la virreina. Suceden las imágenes y cuadros que relatan la vida allí y la amistad y cariño que surge entre la noble española y la india peruana, lo que indudablemente, provoca los celos de algunas damas. Pasa el tiempo y un día Zuma descubre que la Virreina tiene fiebre.
“-Ama, tu mano echa fuego, ¿qué tienes?
-Siento una obscura torpeza. Pero te ruego que calles!”
Zuma decide que tiene que ayudarla. Sabe que se expone mucho. Pero ella también tiene fiebre. Y por ello avisa a los suyos para que le lleven la pócima salvadora. Toma su parte y le da a escondidas la suya a la virreina. Pero las envidiosas damas de la condesa la han visto haciendo la mezcla y la denuncian: ¡ha envenenado a la señora!
Se monta la zapatiesta y hay que juzgar a la traidora. Bien de ella no habla nadie. Unas la tachan de rara. Otras, de cosas peores. Zuma calla. El conde manda llamar a su médico, Juan de la Vega, que examina los restos y no sabe decir si es bueno o malo lo que ha ingerido la condesa. No saben qué hacer y Zuma sigue callada.
Pero, como toda leyenda tiene un buen final… aparece la condesa, que gracias a la quina, está mucho mejor, y pide dar su testimonio. Es testigo principal. Y defiende a su criada con toda su alma y enorme fe. En pleno testimonio aparece en escena Ximeo, el jefe del pueblo de Zuma y cuenta la verdad sobre los polvos:
“Es el polvo de la quina:
la semilla divina
que cura el mal … Los incas la legaron
a sus hijos. Juraron
éstos no decir nunca ese secreto.
Esta es la fuerza extraña y el respeto
que a Zuma detenía:
que ella en los tambos*, mi señor, tenía
en prenda de silencio dado un hijo.
Yo soy el jefe que estas gentes rijo
y desato, señora, el juramento…
¡Sepan nuestra verdad la luz y el viento!;
que después, mi señora, de escucharte
las tierras de esta parte
no te pueden sentir ya como extraña…
¡y su secreto quieren revelarte
por la fe tuya y el amor de España!»
Conocido el remedio, el conde promete estudiarlo y la condesa darlo a conocer.
Una leyenda con protocolo
¿Alguno se pregunta dónde hemos visto algo de protocolo en esta leyenda? Nosotros lo tenemos claro:
-en la selva, una puesta en escena con elementos que identifiquen a los protagonistas
-la vestimenta: que se note quien manda en los bosques
-el juramento o promesa: ante el árbol sagrado de la quina y los ancianos de su pueblo
-en el juicio: testimonios de los testigos siguiendo un orden….
Si abogamos por la historia para entender el protocolo de hoy, no podemos desdeñar las costumbres, tradiciones y leyendas para conocer su desarrollo.
¡Y encima son bonitas!
El poema dramático de José Mª Pemán lo podéis encontrar en Iberlibro.
Trabajo de Manuel Carrasco sobre el descubrimiento de la quina;
(Fotos: grabado de la planta; conde de Chinchón; azulejo de la condesa; busto de la virreina;