Presentarse en la Corte: una ceremonia de las de antes
En esta época en la que las series marcan el ritmo a las televisiones, hay algunas con una aceptación tan grande que saltan de las pantallas a los medios porque acaban metiéndose en nuestro día a día. Hay de todo tipo y no vamos a nombrarlas porque son de sobra conocidas. Pero, como incluso también las hay muy protocoleras -de hecho sobre el protocolo en las series ya os contamos que hay un libro muy divertido de nuestros compañeros Maribel Gómez y Daniel Delmás -, le hemos echado el ojo a una de esas que hoy están en la cima: Los Bridgerton de la plataforma NETFLIX.
Lo primero es situarnos.
La Corte en la época de la Regencia
La trama que cuenta la serie -basada en las novelas de la norteamericana Julia Quinn- se desarrolla en una determinada época de la historia británica, la regencia, entre los años 1811 y 1820. Reinaba entonces en Gran Bretaña el rey Jorge III. Pero debido a sus problemas de salud y a los desórdenes mentales causados por la porfiria* que padecía – y al que los cinéfilos recordarán por la película, La locura del rey Jorge– se le consideró no apto para dirigir el país. Por ello, y durante este tiempo, asumió la regencia su hijo Jorge IV, el príncipe regente. Su vida, bastante irregular y mal aceptada por su padre, siendo como era el heredero al trono, se distinguió por su interés en asuntos mundanos: estilo, modales, moda, ceremonial… y culturales. Especialmente por la arquitectura y el urbanismo …. Protegió a dandis como Beau Brummel -el gran gurú de la moda de su época- y a arquitectos como John Nash, a quien le debemos el diseñó de la elegante Regent Street o del Regents Park de Londres. Entre otras obras, además, restauró, decoró y arregló Brighton Pavillion, balneario de la ciudad del mismo nombre en la costa del Canal de La Mancha, de exótica decoración inspirado en el Taj Majal.
En este periodo, la diferencia de clases estaba muy marcada. Aunque se distinguió por grandes cambios sociales, políticos y económicos -se ganaron las guerras contra Napoleón- los verdaderamente beneficiados por este renacimiento cultural y el refinamiento que se alcanzó, fueron los miembros de la aristocracia y las clases altas. Sus fiestas y sus bailes, sus fincas, casas y propiedades, son los escenarios en los que se mueve la sociedad y sus costumbres, adquiridas muchas de ellas en este periodo, son las que dan el tono: se viste a su estilo, se comporta uno como ellos deciden y son los que marcan la vida social. Una vida social que tiene su gran momento durante la llamada temporada londinense – London Season-: unos meses que iban desde la apertura del Parlamento hasta que acababa su trabajo legislativo. Para poder atender sus obligaciones, lores y diputados se trasladaban desde sus territorios a la capital donde, o bien tenían también sus mansiones o se alquilaba una al enfecto. La familia se solía quedar en sus tierras: los meses de otoño e invierno, cuando abría el Parlamento, eran malos, fríos y era difícil moverse y lo habitual era que no se desplazaran hasta Pascua, Semana Santa para nosotros. Ellos, aburridos en Londres, se buscaban entretenimiento “de temporada”.
Pico arriba, pico abajo, pues las fechas algo variaban, la temporada duraba desde la apertura del parlamento -generalmente a partir de octubre- hasta el verano siguiente. Si se repasan las fechas de dicha apertura durante los años de la Regencia, observaremos que lo más frecuente fue en noviembre. Aunque hubo años que se abrió en enero.
Los actos sociales en la Corte
Como ya hemos contado, tras el receso en Pascua, las familias se instalaban en Londres para participar en la “Season“. Especialmente aquellas con hijas o hijos en edad casadera. El futuro de las mujeres dependía de una buena boda y las fortunas familiares se amasaban cuidando y vigilando las uniones.
En la temporada se abría el mercado de maridos, y el trato matrimonial, conocido como “marriage mart”. Ellas se exhibían y ellos “bicheaban”. Y si había suerte, las dos familias acordaban el matrimonio y se negociaban las condiciones del contrato. Para este mercadillo nada mejor que fiestas y bailes, las carreras de caballos, las cacerías, las funciones de teatro y sobre todo, ser presentada a la reina. Un gesto de la soberana hacia la debutante puntuaba doble. Y es esta ceremonia -alrededor de la que gira la serie que nos ha dado pie hoy- en la que nos vamos a fijar en este post.
La presentación en la Corte
Ser presentada a la reina no estaba al alcance de todas las mujeres. Las de la nobleza entraban en el cupo, claro, pero también podían ser presentadas a la reina viudas e hijas de clérigos, oficiales militares y navales, abogados y médicos. Sin embargo, las viudas e hijas de comerciantes o empresarios, salvo banqueros, no tenían derecho a este honor. Tampoco podían presentarse las mujeres divorciadas, ni aquellas que hubiesen convivido maritalmente con un hombre sin estar casados y las artistas. Cierto es que con el tiempo, algunos límites se fueron borrando y se abrió la opción a otras profesiones.
Lo primero era solicitar el permiso para presentar a la debutante. ¡Podían negarlo! Pero si se aceptaba, en la mansión -expectante- se recibía notificación del Lord Chambelán con la fecha y la hora de la cita real. A partir de ahí la vida de la familia se convertía en un torbellino de preparativos. Por otro lado había que contar con una “madrina” por llamarlo de alguna manera. Lo habitual era que las madres presentaran a sus hijas, pero si no era posible, se buscaba una dama de alto rango ya presentada a la Corte que acompañara a la debutante a la sala de palacio de Saint James donde se celebraba el acto y que no la dejara ni un momento.
Luego se preparaba la indumentaria. Apropiada. Y apropiado era un vestido largo con cola -de al menos tres yardas- y un tocado de tul y plumas. Las solteras llevaban dos plumas; las casadas, tres. El tul del tocado debía salir en forma de tiras -de dos yardas de longitud cada una- desde la parte de atrás del peinado, hacia atrás, flotando por la espalda y sobre la cola del vestido. Durante la época victoriana incluso se llegó a regular la forma y tamaño de las plumas. A la reina Victoria le gustaban grandes para verlas bien y por ello el tocado debía llevar tres dispuestas como el penacho del Príncipe de Gales: la del centro más grande y alta, las de los lados algo más pequeñas. Sujetarlas a las diademas no era sencillo y que no se movieran o cayeran sobre la cara en el momento de la reverencia requería entrenamiento.
La forma del vestido o traje de Corte, ya era cuestión de moda. Dado que esta costumbre se mantuvo a lo largo de varias décadas, unas veces fueron vestidos muy trabajados y con aros en las faldas; otras, vestidos de talle alto estilo Imperio. Pero en principio, cuerpo ajustado, con la cola desde la cintura, media manga y guantes. Todo en blanco. Salvo si las damas estaban de luto. En ese caso se aceptaba el negro. Además, se escogían con cuidado los zapatos, abanico, joyas u otros complementos que pudieran lucirse.
En cuanto a la ceremonia en sí, los detalles cuentan y las reglas y normas que acompañaban a la cita real que llegaba con el Lord Chambelán se cumplían todas: había que llevar dos tarjetones con el nombre de la debutante y de quien la presentaba, que se entregaban a su llegada. Una, al paje de la reina en el pasillo de acceso. La segunda al Lord Chambelán que anunciaría a la debutante. Bien escrito y con claridad para que no hubiera problemas al leerlo. Se recomendaba llegar pronto. ¡Había tanta gente en estos actos que era difícil moverse por las calles y dentro de los salones! Se bajaba del carruaje dejando el abrigo, capa o lo que fuera que las damas llevaran contra el frío en el coche. La debutante, con la cola del vestido doblada sobre el brazo se encaminaba a la galería donde esperaba a que fuera su turno.
Llegado el momento accedía al salón donde sería presentada por una de las dos puertas, como se le indicaba. Nada más entrar, soltaba la cola del vestido que, inmediatamente, los auxiliares al efecto extendían con ayuda de unas varitas para que pudiera comenzar a caminar sin preocuparse de tropiezos y con comodidad. Sonaba su nombre y la muchacha iniciaba el camino hacia donde estaba la reina. Al llegar debía hacer una reverencia profunda, casi tocando el suelo con la rodilla, sin perder la compostura. La reina, si era familiar o hija de un Par del Reino, le besaba la frente. Si no lo era, extendía la mano para que la debutante se la besara. Saludaba también cortésmente a los miembros de la familia real que estuviesen presentes y se retiraba, saliendo de espaldas de la sala y sin dejar de mirar de frente a la reina, por la segunda puerta según se le indicaba.
Se valoraban tanto el estilo, como la seguridad, el porte, el temple o la elegancia de la muchacha. No era momento de inseguridades o timideces. Y por ello preparaban este paseíllo hasta dominarlo con soltura. Ensayaban durante meses tanto a andar -para lo que utilizaban libros sobre la cabeza-, como a hacer la reverencia o a besar la mano de la reina. Aunque fuesen sólo unos minutos, eran básicos para el futuro de la mujer. Tras la ceremonia, la muchacha podía ya participar en todos los eventos de la temporada. Y así dedicarse con tranquilidad a pescar marido.
Aunque parezca cosa de hace siglos, las últimas debutantes presentadas a la Corte británica lo hicieron en 1958. Fue la reina Isabel II quien decidió acabar con la costumbre. Desde entonces estas celebraciones o ritos de paso -de las que ya publicamos un post en junio de 2017– son privadas y muchas de ellas con fines caritativos.
Evidentemente, no sólo nos hemos visto la serie completa -con sus aciertos y sus errores- sino que, además, hemos consultado guías –Debretts, especialmente-, revistas de la época y libros de historia. Para entender la ceremonia en si, nos hemos informado en “The Habbits of Good Society, a handbook of etiquette for ladies and gentleman“, James Hogg, Londres 1875.
- enfermedad metabólica debida a un déficit de enzimas que afecta a la hemoglobina
Fotos: Brighton Pavillion; plano de Regents Park; salones en St. James; tienda de moda; traje de corte de 1806; damas ante la reina; dibujo de un baile; serie Los Bridgerton;