Protocolo del vuelo en globo
Solemos decir con bastante frecuencia, que el protocolo está a la vista y que convive con nosotros. Aplicamos protocolos -rutinas- todos los días y nos sometemos a reglamentos -código de la circulación, código penal..- para poder convivir. Llevamos a cabo ceremonias a diario: nos sentamos a la mesa con una coreografía que hemos diseñado antes y cumplimos con cierta etiqueta tanto para ir a trabajar como para «andar por casa». Nada escapa a un orden, que aun teniendo cierta rigidez, vamos moldeando con el paso del tiempo para ajustarlo a la sociedad y a su evolución. Todo ello para facilitarnos a todos compartir el mundo en que nos movemos y para que tengamos claro qué papel es el que representamos en el escenario del mundo. Y si no lo cumplimos, hablamos de «radicales», «fuera de sistema», «revolucionarios» o, simplemente, «díscolos». Por esta misma lógica, podemos deducir que hemos desarrollado protocolos para todo lo que el hombre ha puesto en pie. La historia nos explica que las Cortes y las Casas de los Reyes se ordenaban con etiquetas: a cada oficio le correspondía una, que se enumeraba y especificaba y a la que se se le dotaba de sus gajes o sueldos. A todos, desde el más humilde -por ejemplo, el mozo del bacín– al más alto servidor de su majestad. De manera que tampoco es tan raro establecer un protocolo para darse una vuelta en globo. Y como todos los protocolos que en el mundo hay, también éste se apoya en la historia. Lo vamos a ver.
El globo: pequeña historia de la navegación aeroestática
Globo y hermanos Montgolfier son dos cosas que van unidas. Y sin embargo, antes de que los hermanos pusieran en el aire su globo, lo hizo un jesuíta portugués de nombre Bartolomeu Lourenço de Gusmão. Mirando las pompas de jabón elevándose por encima de una vela encendida pensó que podía inventar un artilugio de forma similar a la pompa y elevarlo del suelo con ayuda de calor. Pidió la patente al rey en el trono, Juan V, y en 1709 hizo la primera demostración pública de su invento ante los reyes, embajadores y lo más granado de la Corte de Portugal en la Casa de Indias de Lisboa. Su Passarola, que es como se llamó, sólo se elevó unos metros del suelo antes de incendiarse. A él le empezaron a llamar al Padre Volador y encima, el nuncia postólico de Lisboa, Michelangelo Conti -posterior Papa Inocencio XIII– le puso verde porque decía que aquello era un invento del demonio. El pobre hombre tuvo que acabar dejando su país. Se vino a España y murió en Toledo poco después.
Pero tras este primer paso, ya sí que entran los hermanos Montgolfier en la historia. Hijos de un fabricante de papel, observaron como se elevaban en el aire las pavesas al quemarse y revoloteaban al son que marcaba el aire caliente que generaba la hoguera. Probaron con bolsas: boca abajo sobre la hoguera se llenaban -ellos pensaban que de humo- y se elevaban. Fueron aumentando el tamaño de las bolsas y probando con papeles más finos para comprobar que, efectivamente, salían volando. Probaron con lino y con seda, por ser materiales muy ligeros y al fin, el 1783 se decidieron a hacer una demostración pública de su descubrimiento. Una gran esfera de papel que voló unos 10 minutos a una altura de entre 1600 y 2000 metros y que recorrió dos kilómetros.
Contentos con el éxito decidieron pasar a mayores: probar si los seres vivos podrían soportar la altura. Si en el agua el hombre se ahogaba porque no podía respirar, ¿sucedería lo mismo en el aire? Por si las moscas, los experimentos con gaseosa: primero probaron con animales. Ese mismo año y en Versalles ante el rey Luis XVI se elevó al cielo un globo del que colgaba una barquilla con una oveja, un pato y un gallo. No subió muy alto, pero sirvió para que comprobaran que allí arriba se respiraba bien.
Quedaba abierta la vía a subir seres humanos al globo: el rey lo aprobaba. Pensaron en meter dos condenados en la barquilla, pero dándole unas vueltas decidieron que no quedaba nada bien que los primeros hombres en volar fueran presos. Era mejor que tuvieran otra «categoría». Así pues, en noviembre de 1783, Jean-François Pilâtre de Rozier, profesor de física y química e inventor, que había colaborado con los hermanos Montgolfier en la prueba con animales y el Marqués d’Arlandes, despegaron desde el Château de la Muette a las afueras de París, subieron hasta una altura de 900 metros y recorrieron 13 kilómetros en media hora. Había nacido la navegación aeroestática. A los globos se les llamó mongolfieras en honor a los hermanos.
El globo de los hermanos Montgolfier
¿Y el protocolo del globo?
Hasta aquí lo que dice la historia. Posteriormente se desarrollaría el artilugio -globos de gas, globos mixtos- y su tecnología, pero nosotros lo que estamos buscando es el protocolo y ese no lo encontraremos en la técnica, sino en las leyendas. Y esas están en los primeros tiempos: hoy no hay lugar para ellas. Volvamos atrás.
«Una gran esfera de papel que voló unos 10 minutos a una altura de entre 1600 y 2000 metros y que recorrió dos kilómetros» acabó cayendo al suelo. Los aldeanos y labradores del campo en el que caería seguro que se asustaron: humo y fuego que llegaban volando. Estaba claro: aquello era un dragón. Y armados de azadas y palos, le dieron muerte.
«…se elevó al cielo un globo del que colgaba una barquilla con una oveja, un pato y un gallo». Cuando el globo de papel y su barquilla cayeron al suelo, los aldeanos y labradores del campo en el que caería se asustaron aún más. El dragón de fuego y humo cacareaba y balaba…¡un mostruo! Y se ensañaron con él hasta darle muerte.
Así pues, cuando «Jean-François Pilâtre de Rozier (…) y el Marqués d’Arlandes«, decidieron subirse ellos al globo, pensaron en que algo tendrían que llevar para que los aldeanos de allá donde cayeran a tierra no les confundieran con un dragón. Y cuando «despegaron desde el Château de la Muette a las afueras de París» llevaban consigo un objeto parisino que no diera lugar a dudas sobre su origen humano….¡una botella de champán! Vestidos a la moda de la capital y con una botella en la mano, ¡cómo no tomarles por personas!
Y de ahí ha quedado la tradición. Hoy, siempre que se da uno un paseo en globo, y atendiendo a esta leyenda, lo que se hace tras posarse la barquilla y recoger el globo, es brindar con champán. Es lo que marca el protocolo: historia y leyenda unidas siempre en su base.
Gracias a Viaje en globo – Siempre en las nubes– por compartir esta historia con nosotros tras una impresionante vuelo sobre la ciudad de Segovia. Aquí tenéis una galería de fotos: volar es una experiencia increíble!
(Fotos: Passarola; Gusmao; Jacques Etienne Montgolfier; Joseph Mitchel Montgolfier; mongolfiera, y archivo propio)