Sastre en la Corte

Sastre en la Corte

Hace mucho que no os recomendamos un libro. Hemos pensado que es buen momento: estamos todos más tiempo en casa y leer es una de esas actividades caseras que ayuda mucho a pasar el rato. Sobre todo, nos ayuda a evadirnos de la realidad, que relaja y tranquiliza mucho. Como seguimos siendo protocoleros, no vamos a recomendar una novela de aventuras o una novela policíaca. Pero si un trabajo de historia. Ya sabéis que sin historia no hay protocolo. Para entender cómo han llegado hasta nosotros las formas, maneras, ceremoniales y etiqueta vigentes hay que tener muy claro de dónde partimos.

Nos ha recordado un seguidor -y amigo- una obra que teníamos un poco olvidada, pero que es entretenida de leer y tiene mucha información útil para comprender la utilidad del protocolo como herramienta de comunicación de la imagen del poder. Se trata de «Una corte en femenino. Servicio aúlico y carrera cortesana en tiempos de Felipe II», de Elisa García Prieto y publicada por Marcial Pons. No os la vamos a destripar. Pero sí vamos a darle sentido a nuestro título del post de hoy. Nos vamos a parar -para que vayáis abriendo boca- en algunos aspectos de la indumentaria femenina.

El sastre viste a la reina

Las reinas eran -¡y siguen siendo!- el espejo en el que se miraban las mujeres: las de su corte y las de otras cortes. Sus atuendos y adornos se copiaban e imitaban, lo que suponía poder ejercer una influencia sobre ellas. En los años que abarca el estudio que hoy os recomendamos -básicamente desde el fallecimiento de la reina Isabel de Valois en 1568 al de Ana de Austria en 1580- en la Corte de Madrid -sentada en el Alcázar donde hoy está el Palacio Real- se vestía «a la española«. Por tanto, un oficio palaciego de mucha importancia era el de sastre.

  
Isabel de Valoo¡is y Ana de Austria

La organización de la casa de la nueva reina, doña Ana se encomendó al marqués de Ladrada, y por tanto, la elección de este profesional corría de su cargo. Y era un a decisión compleja: todos sabían la importancia de estar en ese ajo. No sólo por el propio gusto, que se proyectaría por todo el mundo, sino además y principalmente por la elección de los proveedores de textiles, abalorios, joyas y piezas que se iban a tener que comprar. Negocio que daba pingües beneficios. El marqués decidió mantener en el puesto al sastre de la reina Isabel de Valois,  René Jalin. Se garantizaba así la continuidad en el estilo de ambas reinas. Aunque, evidentemente, se fueron introduciendo novedades. Las reinas, cuando llegaban a su nuevo hogar, sustituían su vestuario de origen por el de la corte en la que entraban a formar parte. Dado que Ana venía de la Corte de Viena en la que se imponían muchos gustos españoles dado el origen de la emperatriz María, no debió costarle mucho a la nueva reina, hacerse a los hábitos madrileños. No obstante, se compraron joyas nuevas -las de Isabel pasaron a sus hijas Isabel y Catalina– para dotar consistentemente el joyero de la reina Ana. La lista la tenéis en el capítulo 7.

El sastre de palacio no sólo vestía a la reina a diario. También lo hacía en cuantas ocasiones especiales hubiera a lo largo del año:  desde lutos a mascaradas, incluidas las bodas de las damas de la reina a las que «quería hacer esa merced». A señalar también la entrega de indumentaria lucida por la soberana en algunas festividades a determinadas familias. Cita la obra a doña Luisa Manrique, condesa de Palma, que reclama la «ropa principal» que vestía la reina «el día de nuestra señora de septiembre en cada año» de los años (15)74 y (15)75 dado que «los Reyes Católicos que estén en gloria hicieron merced a Luis Portocarrero por cierta batalla que venció«.

No sólo de reinas vive un sastre

Mención aparte merecen los otros clientes que tenía el sastre. Un ejemplo que se menciona en el libro es el encargo hecho en 1597 para vestir a la mona que tenía la infanta Isabel. Entre lo encargado: «un verdugado con su corpiño y varios vaqueros -uno de ellos con mangas napolitanas- elaborados en lienzo, seda, grana, etc.» ¡Un cortesano de cuatro patas! De los ricos tejidos palaciegos se beneficiaron también «los perrillos y lebreles de la infanta, cuyas camas fueron encargadas a estos ricos artesanos».

 
Las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela

¿Con que juegan las niñas, ya sean infantas o criadas? Con muñecas. Y ellas, también servían de vehículo de transmisión de las modas y usos de la corte española. Nos relata nuestro maravilloso libro que «en el año 1579, el sastre de la reina se encargó de confeccionar varios vestidos para las muñecas de las infantas«. El propio sastre lo explica así: «para una muñeca de su alteza, la infanta doña Catalina, hice dos sayas, la una de raso amarillo y la otra de tafetán verde de piñuela con sus cuerpos altos y bajos y mangas de punta y terciadas«. ¡Isabel no se iba a quedar sin ropita para las suyas! Y también le encarga «dos sayas, la una de velo de plata y la otra de tafetán amarillo con sus cuerpos altos y bajos y mangas de punta y terciadas» para las suyas. Que fueran o no para jugar, no está del todo claro: podían ser figurines, y servir a los pintores para hacer los retratos de las infantas sin obligarlas a posar durante largo tiempo. Así mismo, de Francia la abuela Catalina de Médicis, mandaba muñecas de regalo a sus nietas. Vestidas «a la francesa«, de manera que cabe suponer que tanto las que se movían por aquí, como las que venían de allí, servían de mensajeras de formas y modas.

No seguimos. ¡Aunque sea difícil parar no queremos estropearos la lectura. ¡Hay tanto más que contar y con lo que disfrutar! Es una obra fascinante. ¡Esperemos que os guste la propuesta!

 

 

(Fotos: Isabel de ValoisAna de Austria; Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela (niñas): Alonso Sánchez Coello, Madrid, Patrimonio Nacional, Monasterio de las Descalzas Reales y (jóvenes) Alonso Sánchez Coello , Museo del Prado, Madrid)

(García Prieto, Elisa, “Una corte en femenino. Servicio áulico y carrera cortesana en tiempos de Felipe II”, Madrid, Marcial Pons Historia, 2018, 310 págs., ISBN: 9788416662227).