
To be a First Lady is not only a position to enter (IV)
Mujeres en el cargo: desde 1789 a 1901
Hemos visto a lo largo de los capítulos anteriores dedicados a las Primeras Damas de la Casa Blanca algunos aspectos de su trabajo: la dificultad de ejercer de anfitriona y la parafernalia que supone recibir en su Casa. Hemos visto vajillas y vestidos. Pero, ¿hay más?
Si, la posición privilegiada que supone ser la mujer de un presidente permite hoy desarrollar una labor en favor de minorías, mujeres, sanidad o educación. La Primera Dama trabaja también fuera de casa. Aunque oficialmente tienen que dejar sus puestos de trabajo –Michelle Obama era Vice Presidenta de Comunidad y Asuntos Externos del Centro Médico de la Universidad de Chicago- en las últimas décadas, lo mismo que ha sucedido en nuestra sociedad moderna, las mujeres de los presidentes tienes despacho y agenda propia en la que se combinan sus obligaciones de anfitriona, con las de gestora de planes y proyectos en aquellos ámbitos que les son más cercanos por vocación, devoción o profesión.
A este trabajo, generalmente obviado en los colorines y revistas del corazón dedicamos nuestro último post de la serie que, a su vez, hemos dividido en dos partes: desde 1789 a 1901 y desde el inicio del siglo XX a nuestro días.
Remontarse en el tiempo hasta los años en los Martha Washington -1789 a 1797- ejercía como la primera Primera Dama es largo, pero nos demuestra cómo han ido cambiando las labores a las que se dedicaron estas mujeres con el paso de los siglos y el desarrollo del trabajo de la mujer: las primeras mujeres de la Casa Blanca cumplían con sus «deberes de mujer». Seguían a su maridos a los destinos a los que les enviaba el gobierno, si eran diplomáticos o a los cuarteles, si eran militares. Ser la anfitriona de su hogar era el papel de sus vidas. Expresar opiniones políticas, como lo intentó Abigail Adams, podía causar problemas a sus maridos al considerarse influencia ventajosa. Y eso que algunas echaron mil manos: a Dolley Madison hay que agradecerle que salvara importantísimos documentos gubernamentales en el incendio que arrasó la Casa Blanca tras la entrada de las tropas británicas en la ciudad en 1814. Y si a Dolley se le debe salvar papeles, a Elisabeth Monroe, le debió la vida Madame de Lafayette, mujer del Marqués del mismo nombre y héroe de la Guerra de Independencia estadounidense. Los Monroe estaban destinados como embajadores en Paris durante la Revolución Francesa. Ella acudió a la cárcel a visitar a la mujer del marqués cuyo aguillotinamiento estaba previsto para ese mismo día. La visita de la dama norteamericana le evitó el patíbulo.
Marta Washington, Abigail Adams, Dolley Madison y Elisabeth Monroe
Sarah Polk ayudó a su marido con la correspondencia y la preparación de discursos; de Abigail Fillmore es la idea de crear una biblioteca en la Casa Blanca; Harriet Lane no sólo será recordada por la colección de cerámica que donó a la Smithsonian Institution, sino, especialmente por haber fundado un hogar para niños enfermos en la Universidad John Hopkin de Baltimore: The Harriet Lane Clinic hoy es pionera en la medicina pediátrica. Mary Lincoln, nacida en el sur de los Estados Unidos, fue siempre considerada una traidora por lo suyos, pero como gran amante de la política, trabajó mucho en favor de la legitimidad de la Unión. Se la criticó por gastar dinero público en fiestas y decoraciones en la Casa Blanca. Su labor a favor de los soldados heridos y la asistencia prestada a los refugiados afro americanos no se conoció hasta pasados muchos años.
Sarah Polk, Abigail Fillmore, Harriet Lane y Mary Lincoln
Lucy Hayes -a quien debemos la costumbre de los huevos de Pascua, que ya mencionamos- era considerada una «mujer de la nueva era» y símbolo de la nueva mujer americana, aunque en publico no abogara por reforma alguna ni apoyara el movimiento sufragista que marcó su tiempo. Pero acompañó a su marido durante la campaña, apoyó sus iniciativas de reforma de colegios, asilos y prisiones. Caroline Harrison –cuya pasión por la cerámica le llevó a crear la colección de la Casa Blanca– dedicó su labor a la caridad, que era lo habitual en estas grandes damas. Pero con una novedad: si alguna institución quería ser financiada, se la obligaba previamente a aceptar mujeres en sus patronatos, juntas o directivas.
Con Ida McKinley entra el nuevo siglo. Hija de una familia prominente, tuvo un padre de mente abierta que apostó por una educación moderna para su hija. Educada en Europa, fue la primera Primera Dama en trabajar fuera de su casa. ¡Fue cajera del banco de su padre antes de casarse! No dejó de atender sus labores como anfitriona de la Casa Blanca a pesar de sufrir ataques de epilepsia. Cuando le daban, el presidente le ponía un pañuelito en la cara y esperaba a que se pasaran. Nunca se hizo pública su enfermedad. La discreción al respecto fue enorme.
(Fotos: de las Primeras Damas; archivo propio)