To be a First Lady is not only a position to enter (I)

De nuestro viaje a Washington de este verano para asistir a la gala de entrega de los Victory Awards nos hemos traído una idea: una serie de artículos sobre las mujeres que ocuparon en la Casa Blanca el cargo de First Lady. Los varios post que hemos preparado parten de la visita al Museo de Historia Americana donde se expone -en sus diferentes versiones- desde principios del siglo XIX una colección dedicada a ella. A  su vida como anfitrionas -papel protocolario por excelencia- dedicamos esta serie.

¡Esperamos que os guste!

La colección

Desde Europa no deja de ser curioso observar el papel que juegan en su país las mujeres de los presidentes estadounidense. Para un «europeo viejo» es lo más parecido a una familia real: con la diferencia del cambio de dinastía cada poco tiempo. Las nuestras están de servicio desde hace siglos y su historia es la historia de nuestros países europeos. La suya, aunque más corta, también se cuenta por dinastías, sólo que allí se llaman administraciones: con el respecto y la distancia que merecen estas comparaciones, «Austrias», «Borbones», «Hannover» o «Saboyas» son, allende los mares, «administración Washington, Taft, Eisenhower, Kennedy u Obama» y si a ellos les juzgamos por sus éxitos o fracasos políticos, a sus mujeres lo hacemos por su labor social en favor de las minorías más desfavorecidas, de la alimentación sana, de la educación de las mujeres…

Ser «Primera Dama» en Estados Unidos es mucho más que ocupar un cargo. Cada una de las mujeres que han sido anfitrionas en la Casa Blanca le han dado a sus años de «mandato» un significado especial volcando en él sus pasiones, aptitudes y convencimientos. Posiblemente, para la mayoría, cuando se habla de First Lady estadounidense lo primero que venga a la memoria sean las fiestas y los vestidos que ellas lucieron: igual que cuando nos referimos a las monarquías europeas. Sus bodas y bautizos, recepciones y fiestas nacionales son lo que mejor conocemos de todas ellas. Si alguna reina consorte hace otra labor, salvo que se merezca parte de las páginas de una revista, no sabemos nada.

En Estados Unidos pasa lo mismo. Por eso, The Smithsonian Institution y su Museo de Historia Americana han dedicado un ala entera de su instalación a estas primeras damas, de quienes se recuerdan vestidos y vajillas, que allí también se exhiben, pero de las que se olvida la labor desarrollada desde su «puesto de trabajo» y que es tan amplia como distintas son sus creencias y sus profesiones.

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La exposición, que se abrió a principios del siglo XIX siendo sólo de indumentaria femenina, ha ido adaptándose con el paso de los años a la curiosidad del público: actualmente es, con sus más de 1000 piezas, una curiosa manera de leer la historia de los cambios de la sociedad a lo largo de los años. El museo aceptó una primera colección de ropa femenina recogida a lo largo de los años por una de sus seguidoras más entusiastas, Cassie Mason Myers Julian James, una dama de la alta burguesía de Washington: las mujeres de su familia guardaban en un arcón alguna prenda de cada uno de ellas, para que fueran pasando de generación en generación como testigo de su historia familiar. Cassie -y su madre- pensaron que sería interesante donar esta colección privada al museo -del que eran fieles mantenedoras, pues hay que tener en cuenta que los museos de entonces se financiaban de forma privada o a través de sociedades filantrópicas– pero completándola con otras donaciones privadas.

117580379_138006018438 Cassie Mason Myers Julian James

Utilizaron sus buenos contactos y su conocimiento de la alta sociedad local para aumentar la colección pidiendo a otras damas de la alta sociedad estadounidense que les cediesen vestidos lucidos por ellas en ocasiones importantes a fin de mostrar con ellos la evolución de la historia. Entre las damas a las que solicitar prendas, por supuesto, estaban las First Ladies del país.

La primera de ellas en sumarse a la idea fue la nieta del Presidente James Monroe, que ya había donado objetos personales de su abuelo al museo y que no tuvo inconveniente alguno en ceder alguna pieza más, esta vez de su abuela. Algunas familias presidenciales no acogieron bien la idea: la familia del Presidente Adams  respondió que «no tenían costumbre de guardar ropa vieja»; la del Presidente Lincoln «que no estaban interesados en el proyecto» o la del Presidente Roosevelt, que no entendía «el interés de la gente por los vestidos de la señora Roosevelt». Sin embargo, otras familias,  se sumaron encantadas al proyecto: Helen Taft, First Lady entre 1909 y 1913, donó a la colección el vestido de baile que lució en la fiesta de inauguración del mandato de su marido. Desde entonces, el museo pide a todas las Primeras Damas que donen, precisamente ese vestido a la colección: y así lo han hecho todas.

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Desde que se inauguró, el interés ha sido cada vez mayor y la colección se ha mostrado en diferentes formas adaptándose a lo que sus consecutivos conservadores han estimado que era de mayor interés para el público visitante.  En su primera versión, inaugurada en febrero de 1914, se centró en las prendas: «Collection of Period Costumes» y en ella ya se exhibieron vestidos de quince Primeras Damas. En 1943, Margareth Brown -Klapton, se hizo cargo de la colección y decidió cambiar la forma de exhibir la colección: creó espacios que reproducían salones de la Casa Blanca y en ellos situó no sólo maniquíes vestidos con los maravillosos trajes, sino también piezas de mobiliario y restos sobrantes de la remodelación que acababa de llevar a cabo el Presidente Truman. Era, además, especialista en artes decorativas, lo que indudablemente contribuyó a que el aumento de piezas de la colección pasara por incluir joyas, accesorios, porcelana y mobiliario. La nueva colección se inauguró en 1955 y a ella acudió Mamie Eisenhower, que ofreció para la ocasión su vestido del Baile inaugural: desde entonces ya no se espera a que la familia deje la Casa Blanca para pedirles a las mujeres el vestido de baile: las Primeras Damas lo donan según tiene lugar éste.

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En 1992, Edith Mayo, nueva responsable y conservadora de la colección, decidió  darle un nuevo aire: basó su muestra en la historia política y social a la que contribuye una First Lady. El trabajo que desarrollan las mujeres pasó al primer plano. Sus vestidos, a uno secundario. Al fondo existente se sumaron chapas, carteles y otras piezas que ilustraran su trabajo como asesoras, acompañantes y anfitrionas de sus maridos.

La tecnología aportó soluciones a la conservación de las piezas -las telas son muy delicadas de salvaguardar a lo largo del tiempo porque tanto la luz como las condiciones medioambientales les afectan mucho- y se desarrollaron nuevas formas de exhibir las piezas. En la colección trabajan hoy  científicos especializados, como la doctora Sunae Park Evans, que ha desarrollado técnicas especiales para limpiar y conservar las telas sin dañarlas. Su trabajo ha permitido que puedan volver a mostrarse varios vestidos que se creían ya imposibles de exhibir. Las prendas las lucen maniquíes forrados de espumas especiales con las medidas exactas de las dueñas de los vestidos y para que todo ajuste y no se estropee la pieza con la pruebas, se han hecho réplicas en muselina de cada uno de los vestidos expuestos para probar con ellos la forma perfecta de mostrarlos cumpliendo con las condiciones de luz y temperatura ideales para su conservación.

 

Además de visitar la exposición, nos hemos traído un libro -The Smithsonian First Ladies Collection- que cuenta su historia y que se puede adquirir por internet. Es muy curioso.
First Ladies

 

Fotos:
Helen Taft:  Library of Congress‘s Prints and Photographs division
Mamie Eisenhower: radiopaula.cl