Una reflexión al hilo de los premios Princesa de Asturias
El viernes pasado, como muchos otros protocoleros, también nosotros nos sentamos ante la pantalla para ver la entrega de los Premios Princesa de Asturias de este año. Al hilo de lo visto en la ceremonia y lo leído posteriormente en los medios de comunicación, me gustaría compartir con los seguidores del blog esta reflexión sobre los mismos.
La entrega de premios
Las entregas de premios no tienen muchas vueltas de hoja que dar: hay unos que recogen el premio -ya sea en forma de diploma o pieza- y otros que lo entregan. A partir de ahí, las variaciones en la forma de hacer esta entrega son el campo a trabajar. Escenificarlo de una u otra manera marcará la diferencia: los identificará. Los Premios Princesa de Asturias se llevan entregando 36 años, lo que hace que, desde el punto de vista de su producción, en nuestra retina están unidos, no sólo a Oviedo que es lo obvio, sino a un teatro -el Teatro Campoamor– y a un color -el azul-, que es el predominante de su escenario, de su logotipo y de Asturias. Aunque no lo fuera desde el principio.
Desde el punto de vista de las sensaciones que transmiten, efecto que hay que buscar en todo acto que se hace para el público, a unos les parecerán emocionantes; a otros, aburridos; a otros, pasados de moda.
Por ahí va nuestra reflexión. Los premios necesitan un repaso. Evidentemente, es una opinión. Cualquier acto que se repita anualmente durante tanto tiempo precisa de vez en cuando un lavado de cara. Hay que adaptarlos a los tiempos, a la sociedad a la que están dirigidos. No todo lo que era adecuado en 1980 lo tiene que ser en 2017. Ni aunque sean unos premios tan ligados a la Corona. También la monarquía se ha adaptado a la época, también se suceden pequeñas modificaciones en sus actos públicos que los van aligerando de modas o modismos de otros tiempos y otros sentires.
¿Modificaciones o cambio radical?
Modificar una entrega pasa por envolver el hecho que nos reúne con otro papel de regalo: siempre, insisto, unos entregan y otros recogen. ¿Se podría buscar ese otro papel de envolver? El teatro es el que es. ¿El escenario? Si el azul es seña de identidad; la decoración floral, una interpretación de los premios que los caracteriza desde principios de este siglo, y la presidencia mixta, la solución para dar relevancia a los protagonistas del día….¡cualquier actuación que se haga en este terreno habría que justificarla mucho o ser tan leve que ni se notaría apenas! Si se toma uno la molestia de ir año a año viendo las modificaciones que se han introducido en el escenario se aprecia que se han necesitado muchos para cambiar reposteros por flores, por ejemplo.
¿De golpe? Pues, es una opción. Darle un revolcón total permitiría introducir mayores cambios. Cambiar la sede. Cambiar la escenografía. Repensar la entrega. Y aquí entramos en el territorio de las emociones. De las sensaciones que unos y otros se llevan puestas a sus casas. Y no vale contar con la de los premiados: para ellos, sea cual sea el escenario o la sede en los que se les entregue un premio, ¡siempre será emocionante!
No sólo se debería diseñar una nueva producción. Además, y mucho más importante aun, hay un trabajo fundamental que hacer: crear un nuevo ceremonial. Por supuesto, y eso es lo obvio, que emocione. Pero llamar a la lágrima y poner el vello de punta no es lo único. Un ceremonial que sepa aunar tradición -¡que la hay!- con modernidad; formas clásicas con tecnología. Que sea capaz de romper la sensación de cerrado o estricto que transmite al acto. Que lo llene de un aire más fresco, más acorde con la gente que hoy forma nuestra sociedad. Que no le de ese aire de rancio y obsoleto que tiene y que lo aleja del público. Que cree expectación e interés. (Sin querer comparar, pero comparando, ¿expectación que levantan los Nobel?, ¿seguimiento de los Óscar?).
¿Se esperará a que doña Leonor los presida para darle ese otro aire? Ojalá. Sería la disculpa perfecta.
¡Y no hemos hablado de protocolo!
No, claro. El protocolo seguirá siendo el conjunto de normas y reglamentos que habrá que aplicar en los actos, especialmente en aquellos a los que acuden autoridades. ¡Y esas no nos faltan en esta entrega de premios! Seguirá habiendo que recibir a los Reyes, ordenando las líneas de saludo y prelando autoridades. ¡Eso no tiene nada que ver con la opción de quitarle polvo al premio! Como tampoco lo tiene con otras sandeces que se han escrito estos días, tales como si el protocolo obliga a sujetar el paraguas a la reina o si ésta se lo ha saltado por vestir de azul y no de negro en el concierto celebrado la noche previa. Y lo que es peor, ¡no entorpece nada! Si no le gusta la ceremonia, Sra. Rigalt, lo entiendo. Incluso, lo comparto. Pero el protocolo no tiene la culpa.
¡Ah! y una cosa más: estar pendientes de lo que viste, luce, peina o lleva doña Letizia a todas partes tampoco es protocolo. Si una fuese la reina…¡qué harta estaría de que sólo se refiriesen a mí por estos aspectos! ¡Menudo complejo de percha!
María de la Serna
(Fotos: agencia EFE,