Poderosa Herramienta
No hay casi semana en la que no tengamos algún debate relacionado con el protocolo: desde la errónea utilización del término, al desprecio que de estas técnicas hacen los políticos y la gente en general, hay toda una gama de opiniones en contra que hacen que parezca que los que defendemos esta disciplina seamos unos locos obsoletos.
Más que obsoletos, que ya de por sí es un adjetivo negativo: que seamos algo así como antidemocráticos porque creen -y ese es su error- que lo que rodea al mundo protocolero, que todos los que en él trabajamos y nos movemos, lo que queremos es imponer una reglas que “coartan las libertades”.
Por más que expliquemos que la gran ventaja que tiene es que ayuda a la convivencia, que facilita entender que lo sucede en los actos, que organiza su desarrollo de manera que todo el que acude se sienta cómodo, la realidad es que se sigue pensando en que son una serie de “prohibiciones” que limitan sus movimientos. ¡Cómo si no hubiese más reglamento en la sociedad que el que creen que es el protocolo!
¿Nos movemos con nuestros coches con “libertad de movimientos”? No: seguimos las normas de circulación para que el tráfico no sea un caos. Los coches avanzan por las calzadas y no por las aceras y a nadie le parece mal que así sea: y no es más que la aplicación de una norma que hemos aceptado porque consideramos que nos ayuda a movernos -peatones y coches- por las ciudades.
¿Entramos en las tiendas y nos llevamos el vestido que nos gusta, el reloj que se estila o los zapatos que nos apetece? No: seguimos unas normas de comercio que nos dicen que uno oferta un producto y otro lo compra. Y si no paga, se aplica otra norma, que puede llevar a sanción. Y no nos parece mal. Aceptamos que así sea en aras a una feliz convivencia entre tenderos y compradores.
¿Saludamos por las mañanas al llegar al trabajo, nos besamos cuando nos vemos a amigos o familiares, felicitamos los cumpleaños, logros u otros aniversarios de las personas que queremos? ¡Claro que sí! Tenemos esos detalles de cortesía porque es la manera de mantener una buena relación de convivencia. Y si no lo hacemos nos llaman maleducados. La buena educación no es más que una serie de normas que facilitan el trato entre las personas y lo aceptamos porque realmente funciona.
¿Nos vestimos de boda cuando se casa un amigo o familiar? ¡Vaya que sí! Y la guerra que dan las mujeres con el ¿qué me pongo? y la cantidad de veces que salen de compras a por “ese” zapato, “ese tocado” o “ese vestido” es a veces insoportable. Y eso sin contar con las horas de peluquería y maquillaje, no sólo de la novia, sino de todas las mujeres: hay que ser la más guapa. ¿Eso no es someterse a una norma? ¿Quien ha ido a un superbodorrio en vaqueros y chanclas? ¿Alguna queja? ¡Al revés: todos encantados con la juerga del vestirse y peinarse! A nadie se le ocurre decir que eso de “arreglarse” tanto coarta su libertad.
Pues eso, normativa de circulación, cortesía o indumentaria, es tan “coartante de la libertad” como el denostado protocolo. Y sin embargo, a lo uno nos sometemos sin chistar y del otro protestamos sin parar.
Esta reflexión, que regularmente salta al blog, ha venido al caso al ver este video. Es la llegada y recibimiento de los Reyes a la Asamblea Nacional francesa:
El entrelazado de protocolo, ceremonial y etiqueta -que no, moda- dan como resultado la solemnidad de este recibimiento. Escenifican el poder de una institución -la asamblea nacional- de unos diputados y de unas autoridades, poniendo de relieve la importancia de estas instituciones y el respeto que les debemos, pues son la representación de todos nosotros. ¿No queremos ser representados dignamente? Pues eso es para lo que sirve esta disciplina: resaltar. No es nada antidemocrático: al revés. Señala quien ostenta un poder. Un poder concedido a estas personas por los votos de todos nosotros. Sin más.
(Que luego los políticos nos la jueguen y machaquen esa representación por sus intereses privados es algo que ya no está en manos del protocolo, sino en el de las personas que no habrán sabido ser responsables con el honor que les hemos dado los ciudadanos nombrándoles nuestros representantes.)