Vestidas para trabajar
Como estamos en la semana de la celebración del Día Internacional de la Mujer, y sobre protocolo y mujer ya publicamos un post en marzo de 2018, este miércoles vamos a darnos una vuelta por los armarios de las mujeres: les hemos echado un ojo abriendo sus puertas y buscando su peso en artículos y ensayos. Por supuesto, esta no es una entrada “técnica” o “teórica”: es de opinión. Y lo hemos trabajado partiendo de varias premisas básicas: ¿lo vemos?
Vestidas para opinar
Aunque hayamos titulado con la palabra “vestidas” no vamos a hablar de moda. Ni siquiera de protocolo. Vamos a hablar de imagen: del poder de la ropa y de su uso como soporte de mensajes. Es evidente que no se puede evitar la palabra “moda” en territorios como éste, pero como ya hemos manifestado en otras ocasiones, lo que no queremos es confundir: moda y protocolo no son lo mismo. Aunque moda y etiqueta sí sirvan para casi los mismo: comunicar.
Y hemos utilizado el femenino -vestidas, no vestidos- porque no vamos a incluir a los hombres en nuestro post de hoy. Y no porque les tengamos manía, ¡valiente sandez!, sino porque lo que queremos, es bucear en el uso que las mujeres que están en política hacen de la indumentaria para emitir tanto sus mensajes políticos como sus valores, ideales… ¡y gustos, claro!. No podemos negar que juzgar por como uno viste es bastante habitual. Y de eso saben mucho las mujeres: acabamos de ver el terrible ejemplo de los comentarios sobre las actrices en la entrega de los premios Goya de este año. Las mujeres objeto de sus “sesudos” análisis visuales , eran lo que interpretaban los ojos de los “comentaristas”. De si eran o no buenas actrices, ni una palabra. De lo que suponían que contaban sus vestidos, de eso estaban seguros: ¡esqueletitos fue lo mínimo!
Es tremendo, si. Y va a costar erradicar estas conductas, pero, precisamente por ello también, podemos deducir también, que la ropa que lucen nuestras políticas “habla” lo que indica que puede ser gestionada con un fin determinado. Por ahí ha empezado nuestro recorrido y aunque ejemplos tenemos a cientos y aunque la imagen personal sea hoy ya una especialidad y haya muchos y muy buenos profesionales, no nos vamos a quedar sin darle unas vueltas.
Vestidas para trabajar significa también cumplir con un código de etiqueta. Si hemos establecido dichos códigos para marcar la graduación de la solemnidad de los actos, lo hemos hecho también para mostrar el respeto que demandan. Sobre ese aspecto también hemos comentado varias veces en el blog que no es lo mismo ir de cena de gala al Palacio Real, que ir a trabajar a la oficina: demandan etiqueta diferente.
Pero lo dicho: ni moda, ni protocolo, ni etiqueta: vamos a bucear en el poder de la ropa. Los angloparlantes han desarrollado el concepto “power dressing” que, posiblemente empezara a circular tras la publicación en 1975 del libro Dress for Success de John T. Molloy en el que planteaba el efecto de la ropa en el éxito tanto personal, como en los negocios, de quienes se aplican en los postulados de esta teoría. A partir de estas primeras discusiones surgieron más ensayos, incluso el propio autor publicó un segundo libro específicamente dedicado a la mujer, y se empezó a mover el concepto de forma que hasta se crearon colecciones de ropa de trabajo para alcanzar el éxito con ayuda de sus diseños.A destacar el trabajo de la diseñadora Katherine Hamnett -activista de la moda y más conocida hoy por sus camisetas protesta que incomodaban a la Premier Thatcher y por su apuesta por la moda sostenible- que creó una colección en 1986 precisamente basada en la idea de ropa exitosa, aunque, indudablemente detrás de aquella línea de trabajo se escondiese una declaración provocadora muy del estilo de la diseñadora.
La diseñadora Katherine Hamnett en el programa “After Dark” (Canal 4 de la TV británica): debate sobre “You Are What You Wear” -“Eres lo que vistes”- en 1988
Como este es un asunto apasionante para cualquier investigador en protocolo, vamos a resumir con un par de ejemplos muy conocidos lo que hemos ido leyendo estas semanas. Y nos vamos a guardar el asunto para preparar una ponencia más extensa.
Vestidas en plan caserito
Podría uno pensar que para dar un golpe de efecto es imprescindible lucir un modelo de diseño, alta costura o especialmente original. No. Hay mujeres en política que han hecho y hacen de la “no moda” su seña de identidad. Por convicción, por estrategia. Evidentemente también. Se ajusta a su manera de ser, de entender la sociedad, de manifestar sus prioridades. No hay mejor ejemplo que el de Angela Merkel.
Con su combinación de traje y chaqueta -a veces a juego, a veces combinando colores-, quiere evitar, conscientemente, que su ropa sea el centro de atención. Su modelo transmite prudencia y consistencia. Pocas veces la hemos visto vestida de otra manera -a esa otra Angela Merkel, a la que no lleva chaqueta, le dedicamos una entrada en mayo de 2014-. Con el tiempo se ha dejado de hablar de su ropa, ha dejado de ser un tema de interés y de comentario, porque su fortaleza como canciller y personalidad política europea ha estado por delante. ¿Operación diseñada o terquedad de la protagonista?
Vestidas como símbolo de una idea
Aunque no sea un ejemplo reciente, Jackie Kennedy fue en sí misma un puro anuncio. Su vestuario se utilizó para visualizar la nueva modernidad, la nueva política de la administración de su marido. Para ella se marcaron dos líneas de ropa claramente diferenciadas: la suya propia, personal, a su gusto, con creaciones y diseños de alta costura y mucha moda francesa. Y la de trabajar. Medida y calculada para ser la imagen andante de esa nueva modernidad que el presidente Kennedy quería llevar a la Casa Blanca. Un mensaje claro y fuerte que promovía los valores e ideales de la política de su marido.
Vestidas a lo tradicional
Pocas son las mujeres que han alcanzado cotas altas de poder en sus países, pero sin duda Indira Ghandi fue una enorme figura de la India en la que llegó a ser su Primera Ministra. Consciente de la posición, de la situación de las mujeres, del origen de los símbolos que marcaron la independencia india, vistió siempre el sari tradicional. Hizo del tradicional vestido de las mujeres de su país, su propia marca. Buscó tejidos naturales, hilados a mano, de dibujos y colores regionales. Su nuera, Sonia Ghandi, italiana de origen y casada con su hijo y heredero político empezó a vestir el sari incluso antes de asumir cargos políticos. Fue presidenta del Partido del Congreso tras el asesinato de su marido, Rajiv Ghandi, durante 19 años y es hoy la cabeza de la familia. De esta manera hizo más sencilla su aceptación entre los miembros del partido: mostraba que era uno de ellos; un miembro de esa gran familia que es el partido. Su jefa de campaña, su propia hija Priyanka Vadra, no sólo se lo aconsejó, sino que asumió la misma forma de vestir: en los saris de estas mujeres está cosida toda la dinastía.
Pero no sólo ellas: otras mujeres en la política india se han decidido por indumentarias tradicionales adaptadas a nuestros días. Túnicas kurta o salwar kammez mejor que un traje de chaqueta.Transmiten conocimiento del medio, orígenes, país: no adoptan modelos occidentales porque no las acerca a su gente y a sus costumbres. Su propia indumentaria les proporciona la fuerza y el poder que necesitan. Brinda Karat, del partido comunista o Mayawati Kumari, del socialista, diputada en la Asamblea y que trepó hasta el escaño desde la casta de intocables, ha convertido el kurta sencillo y cómodo, en su seña de identidad.
Los vestidos tradicionales de otros países orientales son también los elegidos por las primeras ministra de Bangladesh Khaleda Zia y Scheik Hasina Wazed: adversarias en lo político, con trayectorias completamente distintas -viuda del asesinado presidente Ziaur Rahman, de quien heredó el liderazgo del Partido Nacionalista de Bangladés, la una y activista desde su juventud la otra- sin embargo, durante sus mandatos, han acabado vistiendo ambas de manera tradicional aunque en sus estilos lleve cada una esa trayectoria marcada en las formas: chifones, sedas y velos unicolores transparente para Zia, tejidos artesanales y de dibujos geométricos la segunda. Joyas para Zía. Wazed, sin joyas.
Vestidas en España
Todos estos ejemplos son muy evidentes y podríamos creer que estas cosas aquí no pasan, pero sí lo hacen. ¿Quién no recuerda a Carmen Chacón, la ministra de Defensa vestida con pantalones el día de la Pascua Militar? Es un magnífico ejemplo de mensaje político, de intenciones, de quien lo vestía. Un pantalón con mucho poder. De ministras españolas cuyo vestuario dio mucho que hablar podríamos añadir a varias: Esperanza Aguirre vistió de “hada madrileña”; Carmen Calvo, de puro lazos; Carmen Alborch era famosa por su vestuario colorido… ¡alguna perdió cotas de poder por ello? Al revés: vistieron modelos difíciles con la firmeza y seguridad que les proporcionaba, precisamente, la propia fuerza y poder que ellas aportaban. Los vestidos sólo lo pusieron de relieve.
¿Vientos de cambio?
La pandemia ha puesto casi todo del revés. En todos los ámbitos. En el de los actos, que es el nuestro, es evidente los muy pocos que se organizan. Con ello, las posibilidades de “manifestarse por la vía del vestuario” se han quedado reducidas a muy pocas ocasiones. No obstante, estas últimas semanas hemos asistido a tres entregas de premios. Virtuales o híbridas, pero en las tres ha habido momento para la indumentaria de las mujeres. (Si, de los hombres también, pero eso hoy no toca). Si comparamos las alfombras rojas de estas ediciones con las anteriores, en lo que respecta al tipo de indumentaria que se ha visto, no al número de mujeres asistentes, seguro que no pasa desapercibida la “austeridad” de la mayoría de los diseños. Tiempo de pandemia.
Pero no hace falta meterse en fiestas para constatar que esta austeridad es “tendencia“. Dos ejemplos recientes los tenemos en la reina doña Letizia y en Jill Biden, la mujer del presidente estadounidense.
Casi desde el inicio de la pandemia la indumentaria de la reina Letizia ha ido “bajando” de tono: su vestuario es el de cualquier mujer que sale a diario a la oficina. trajes de chaqueta, faldas con blusas, zapato cómodo -incluso plano- pantalones con jersey. También es cierto que no ha habido muchas ocasiones para el tacón de aguja, pero tampoco en esas pocas apariciones el exceso era la nota. En verano, coleta de caballo. En invierno, melena con canas. El momento es difícil: hay que trabajar y por ello adopta el clásico uniforme de trabajo.¡Cuántas mujeres no llevan lo mismo todos los días! No está el horno para bollos: no es momento de frivolidades y no hace falta poner un cartel: está escrito en su ropa.
En Estados Unidos, la Primera Dama, como hemos visto con Jackie Kennedy, no sólo tiene función, sino que sirve para promocionar ideas. Era costumbre, recordemos también la época de Michelle Obama o de Melania Trump, que cada vez que que atendía a alguna de sus obligaciones, la correspondiente nota de prensa informaba no sólo del acto, sino también de la ropa que lucía: había que “vender” la industria local de la moda. De hecho, en las tomas de posesión de sus presidentes, parte de la información que se da es relativa a los modelos y los modistos que firman los trajes de la primera y segunda dama del país.
Pero, una vez que la nueva administración se ha puesto en marcha, este detalle ha desaparecido de las notas de prensa. La nueva Primera Dama no quiere que su “outfit” sea cuestión de Estado.
Las dos, con su forma de vestir se acercan hoy más a la mujer que trabaja, a la que está en la calle: ya no quieren ser figuras decorativas a la sombra de sus maridos. Y han optado por un primer paso: aprovechar su privilegiada situación para “contar” con la elección de su ropa, que tienen algo que aportar que excede lo que parece habitual en las mujeres de los altos mandatarios.
Podríamos alargarnos hasta el infinito: desde Ymelda Marcos a Benazhir Bhutto o a Madeleine Albrecht, de Margaret Thatcher a Asma Al.Assad o Rania de Jordania. Pero lo dejaremos para otro día. Lo que nos parece más significativo es, como hemos contado un poco más arriba cuando comentamos las declaraciones de la diseñadora Katherine Hamnett, que “somos lo que vestimos” o lo que lucimos. Y lo vamos a ser cada vez más. Ya lo decía el experto en comunicación Marshall McLuhan allá por los años 60:
“Politics will eventually be replaced by imagery. The politician will be only too happy to abdicate in favor of his image, because the image will be much more powerful than he could ever be.”
(Fotos: Katharine Hamnett en el programa “After Dark” en 1988: “You are what you wear”.; Jackie Kennedy-Onassis; Indira Ghandi; Sonia Ghandi; Priyanka Vadra; Mayawati Kumari; Brinda Karat; Khaleda Zia y Scheik Hasina Wazed;Carmen Chacón; Esperanza Aguirre; Carmen Calvo; Carmen Alborch; reina Letizia; Jill Biden)